Recordemos aquel momento en que el joven Diego Sinhue Rodríguez asumía la gubernatura constitucional de Guanajuato. Se vislumbraba un futuro promisorio para los guanajuatenses, y su popularidad crecía como la espuma. Era un muchacho afable y sencillo. Entonces, hablaba de compromisos, de lealtad, y ponderaba sólidos valores que, aseguraba, serían su desiderátum. Entonces, el gobernador Miguel Márquez se congratulaba de su decisión. Reinaba la algarabía: todo era optimismo, armonía y buenos augurios, los ciudadanos se la creyeron y se la compraron. Pero aquellos eran otros tiempos…

Sin embargo, las personas cambian y las circunstancias también. Pronto hubo que transitar del discurso a los hechos y, entonces, aquel joven amable y cercano se transformó en un gobernador distante y soberbio, replegado en un castillo de cristal. Se rodeó de una corte de empresarios que le cultivaban el ego, proclives a medrar con beneficios sexenales, dando forma a una muestra inequívoca de la colusión entre el poder político y el económico.

El poder y la política convocan todas las pasiones humanas. No todos están preparados para ejercerlo, y menos aún cuando la inmadurez se mezcla con una ambición desbordada. Entonces, más pronto que tarde, el deseo, los círculos de privilegio, los conciliábulos y los intereses personales comenzaron a enturbiar las aguas; de esta manera, la falta de compromiso, el escaso oficio político y la frivolidad, sumados a la sombra creciente de la deshonestidad, marcaron el rumbo errático del destino del Gobernador.

Así, el periodismo de investigación sacó a la luz pública “La Casa Azul”, una millonaria residencia en una exclusiva zona residencial de Houston, en la cual reside el ex Gobernador y su familia. La mansión estaba a nombre del representante de Seguritech, empresa que obtuvo contratos multimillonarios en materia de seguridad. Pero, por desgracia, alguien atracó a los guanajuatenses con este negocio millonario porque no se sabe qué hicieron, los contratos fueron clasificados y tampoco hubo resultado alguno.

Ante las denuncias, la Gobernadora declaró que se ha iniciado una investigación sobre la gestión de su antecesor, con el propósito de deslindar responsabilidades. Diego le hizo mucho daño a Guanajuato, y todo indica que el PAN podría perder su histórico bastión azul. Por desgracia, a Libia le tocaría oficiar las ceremonias fúnebres de su partido.

Pero una amenaza para la Gobernadora puede convertirse en oportunidad: deslindarse de una vez por todas de su antecesor, ya que resulta un bulto muy pesado de cargar. También, tiene la oportunidad de escribir la historia: “La Gobernadora que salvó los blasones del PAN y acabó con la impunidad en Guanajuato”. La vida de lujos y excesos de Diego tiene que investigarse porque hay un pueblo ofendido, más que rumores son realidades respaldadas por notables evidencias.

Su actuación como Gobernador fue gris, el peor de que se tenga memoria, superando a Oliva de infaustos ayeres. Hoy, pretende reaparecer con una nueva máscara mimetizándose de ganadero. Pero a los ciudadanos no los engaña: Ya lo conocen bien. La transparencia nunca fue su insignia y, en la arena política, las pisadas en el lodo dejan huellas imborrables. Ex Gobernador rico, Hospital General de León pobre y colapsado. 

Escribía Hemingway: “el poder afecta de una manera cierta y definida a todos los que lo ejercen sin la debida preparación”. Estaba desconcertado ante la facilidad con que algunos enloquecen perdiendo el contacto con la realidad. Como si incubaran una enfermedad, comienzan a exhibir síntomas singulares: avidez por los halagos, no ven, tampoco escuchan y les ataca una peligrosa sensación de hallarse por encima del bien y del mal.

La aventura del exgobernador Diego terminó mal, su suerte ya está echada, y la Némesis, diosa de la justicia retributiva y el castigo divino, condenará su desmesura, arrogancia e impunidad. Sin el poder, Diego no se reconocerá, el espejo le devolverá una imagen decadente, porque se mirará sin el marco de gobernador y empezará a entender su verdadera dimensión. Ya no hay aduladores que lo engrandezcan, ni adulaciones que lo embriaguen. Llegó la hora de enfrentar su propia humanidad, con sus vacíos, miserias y demonios. El poder fue para él un refugio contra la propia pequeñez. Y al desaparecer, deja al desnudo a un ser común que, durante su sexenio, creyó ser excepcional.

 

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