En su infinita creatividad para castigar al que menos tiene, Trump ha rescatado del cajón del populismo una joya legislativa que parece escrita entre líneas de sarcasmo: un impuesto del 3.5% a las remesas enviadas por inmigrantes.
No contento con los muros, las redadas, las jaulas para niños y los discursos que suenan más a reality show que a política seria, ahora ha decidido que lo mejor es meterle la mano al bolsillo al migrante que, después de sudar en la construcción, en el campo o limpiando casas ajenas, decide enviar algo de su jornal a casa. Brillante. Visionario. Cruel.
Estados Unidos es un país que ha prosperado, irónicamente, gracias al trabajo de millones de inmigrantes. Y no importa si llegaron con papeles o sin ellos; el concreto de sus edificios, la fruta de sus mercados y la niñez de sus élites han sido levantados, cosechados y cuidados por manos extranjeras.
Sin embargo, en lugar de reconocer este aporte, el nuevo impuesto envía un mensaje claro: gracias por tu trabajo, pero no te atrevas a compartirlo con tu madre enferma en Guanajuato, tu hija en Tegucigalpa o tu abuela en San Pedro Sula, porque papá gobierno también quiere su parte.
En 2024, México recibió más de 64 mil millones de dólares en remesas, de los cuales el 96.6% provinieron de Estados Unidos. Estas remesas no son lujos, son oxígeno. Pagan medicinas, comida, educación y techos. No son dinero suelto, son la diferencia entre vivir y sobrevivir.
Aplicando el rango referido al total de remesas enviadas desde EU, se estima que las comisiones podrían oscilar entre 3 mil 126 y 4 mil 377 millones de dólares, quedados en 2024 en Estados Unidos.
¿Y qué ha pensado Trump y su séquito de genios? Cobremos una “contribución patriótica” a quienes no son ciudadanos. ¿Por qué no?
La lógica detrás de este impuesto tiene la misma profundidad que un tuit de las 3 a.m.: supuestamente se recaudará dinero para mejorar infraestructura y servicios, aunque no hay una sola línea que explique cómo ese dinero se rastreará, distribuirá o controlará.
Y mientras tanto, las compañías que manejan los envíos ya cobran entre 5% y 7% en comisiones, más el 3.5%, es decir, entre bancos, Western Union y ahora el gobierno federal, el inmigrante estará pagando hasta un 10.5% solo por ejercer el derecho de ayudar a su familia.
Pero claro, este es el tipo de políticas que hacen a América “great again”: meterle impuestos al trabajador sin voz, que no aparece en los noticieros, pero que mantiene dos economías a la vez.
El problema no es solo económico, es moral. Las remesas no son ingresos cualquiera, son sagradas. Son transferencias de amor. De responsabilidad. De esperanza. “Taxarlas” es como cobrar por un abrazo a distancia. Es como ponerle tarifa a la solidaridad.
Además, el riesgo es claro: cuando se castiga lo legal, se incentiva lo informal. Muchos optarán por mecanismos alternativos (más baratos, sí, pero también más riesgosos y menos transparentes) para evitar pagar este nuevo tributo.
¿Y quién pierde? Todos: el remitente, el receptor, el país de origen, y también Estados Unidos, que se quedará sin rastros ni control de millones en circulación. Pero Trump y compañía no parecen preocupados por la lógica, sino por el espectáculo.
Y mientras la Cámara aplaude, los bancos sonríen, y el presidente tuitea, millones de familias verán cómo les llega un poco menos cada mes. No por culpa del migrante, sino por un gobierno que no supo ver el valor de la dignidad humana detrás de cada envío.
La propuesta de impuesto del 3.5% sobre las remesas enviadas por inmigrantes desde Estados Unidos aún no tiene una fecha exacta para su votación en el Senado. Sin embargo, se espera que el Senado comience a debatir y modificar el proyecto de ley a principios de junio, con el objetivo de aprobarlo antes del 4 de julio de 2025.
La ironía de todo esto es que, mientras se celebra el patriotismo fiscal en Washington, se asfixia la única red de seguridad real que tienen millones en México, en América Latina y en otros países del mundo.
