Yo consulté, estudié y voté a favor la iniciativa para dotar de recursos al Fondo Bancario de Protección al Ahorro (FOBAPROA), cuyo objetivo consistía en proteger los depósitos de los ahorradores en el caso de que algún banco o institución financiera quebrara o, por algún motivo, no pudieran cumplir con sus obligaciones. Si es necesario, vuelvan a leer esta introducción, porque en ella se encuentra la clave para entender el problema que vivió el país en 1998: “pro-te-ger a los ciudadanos en su calidad de ahorradores” a través de la constitución de un fondo, previsto para enfrentar esas consecuencias.
Un banco no es solo un negocio de algún rico, podrido en dinero, que se dedica a prestarlo cobrando un interés. Los bancos constituyen un sistema vital para lograr desarrollo económico y estabilidad financiera. Su función es muy delicada porque captan el dinero de las personas, lo utilizan para financiar empresas y proyectos, y devuelven el dinero a sus ahorradores, pagándoles un interés. Otra función toral es la del pago. Los bancos se dedican a pagar cuentas a través de diversos medios, haciendo que la economía funcione.
Ahora bien, si por algún motivo muchos bancos, al unísono, dejaran de prestar estos servicios, el país se hundiría. Técnicamente se le denomina “falla o crisis del sistema de pagos de un país”. Aquí lo peligroso de este fenómeno: usted va al banco a sacar sus ahorros y este no tiene dinero para pagárselos. De pronto, no hay forma de cubrir nóminas, retirar fondos, hacer transferencias ni utilizar tarjetas de crédito. El dinero ya no existe, la economía se detiene y el país revienta.
Cuando pertenecí a la LVII Legislatura federal, desde la bancada del PAN, tuvimos que analizar y apoyar el rediseño del modelo, creando el Instituto para la Protección del Ahorro Bancario (IPAB), así como la aplicación de dinero público para rescatar, no a los bancos en sí, sino a todo el sistema financiero del país, so pena de producir un colapso económico de enormes dimensiones, como el que ocurrió luego en Argentina, en 2001.
Aun cuando se intentó un pacto unánime para enfrentar la crisis, la izquierda decidió bloquear el salvamento. Su interés se centró en la negación del rescate, lo cual llevaría a México a un shock económico. Su cálculo se centraba en la capitalización del desastre y la consecución de beneficios políticos, que redituaran a favor de su lucha por llegar a la presidencia. Visualizaban un sistema derrumbado, desde donde el populismo pudiera operar para convencer al pueblo incauto.
En 1998 logramos frenar esa estrategia, aunque pagando un alto costo político. Primero estaba la viabilidad del país. El rescate ha costado más de 3 billones de pesos. Por eso se requirió un manejo muy puntilloso del endeudamiento del país durante los siguientes sexenios. Así sucedió hasta la llegada del presidente López Obrador, que incrementó la deuda de 11 a 17.4 billones de dólares. Más de dos veces el endeudamiento que provocó el rescate del sistema bancario. Los caprichos personales de un autócrata sin controles cuestan.
El problema que motivó el rescate bancario tuvo como origen la crisis mexicana de 1994, combinada con una deficiente supervisión de los bancos por parte de la autoridad nacional encargada de ello. Esto se vinculaba a los abusos de la clase política priista de los finales del siglo XX. Es todavía una herida sin sanar, que debería conducirnos a ser sensibles de la necesidad de contrapesos al poder Ejecutivo. Ello tiene su punto de fuga en las aberrantes decisiones de los presidentes Echeverría y López Portillo, empeñados en manejar la economía desde su escritorio. Para evitar un nuevo tropiezo, se trabajó en un rediseño institucional, creando el IPAB, fortaleciendo al Banco de México y lustrando las capacidades de fiscalización de la Secretaría de Hacienda y de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores. Así surgió un mundo reservado para los tecnócratas, tan despreciados por los últimos gobiernos.
Nuestra memoria política es corta. Las nuevas generaciones de mexicanos se desarrollaron en un ambiente de estabilidad que se logró construir a un enorme costo. Hoy despilfarramos el dinero y nos volvemos a endeudar. Repartimos los fondos públicos para comprar votos y lograr simpatías electoreras. En un ambiente internacional tan enrarecido, lo que deberíamos de hacer es apostar por la templanza financiera y tener al mando del país a funcionarios con altas capacidades técnicas, como se advierte en el caso de Canadá, en donde eligieron a un experto financiero, exgobernador de los bancos centrales de Canadá e Inglaterra, como su primer ministro. Nosotros contamos con algunos perfiles de esos vuelos, pero preferimos conformarnos con una carretada de políticos populacheros. Ni modo.
LALC
