Sin duda es un prodigio que un solo hombre haya sido el artífice de los mayores templos que este País tiene para los católicos, los amantes de la historia y todos los que quieren y aman el futbol.
Y más asombroso aún es que la Basílica de Guadalupe, el Museo Nacional de Antropología e Historia y el Estadio Azteca sean tan sólo una parte del gran corpus de obra acumulado por Pedro Ramírez Vázquez en casi 70 años de trabajo, que rivalizan sólo con el curriculum de su colega brasileño Oscar Niemeyer.
Arquitecto, político, orquestador de las Olimpiadas de 1968 y Doctor Honoris Causa por el Instituto Pratt de Nueva York o las universidades de las Américas y de Guadalajara, Ramírez Vázquez se despidió de la vida el pasado martes, justo el día en que cumplía 94 años de edad.
No es el “padre de la arquitectura mexicana”, como exageradamente Joaquín López Dóriga anunció su fallecimiento, pero sin duda es uno de los artífices de esa imagen moderna, nacionalista y quizá afirmadora del poder, que distinguió a la arquitectura mexicana especialmente entre los sesenta y los ochenta.
Así como la cercanía de Niemeyer con el presidente brasileño Juscelino Kubitschek fue determinante para su carrera, tampoco se podría comprender la dimensión de los encargos encomendados a Ramírez Vázquez si se desdeñara su militancia priísta, su gran habilidad como funcionario y su afinidad con personajes como Adolfo López Mateos, quien empezó por contratarlo para diseñar su casa y años después terminaría dándole alas para hacer el Museo Nacional de Antropología e Historia.
“Sin lugar a dudas, ese es el proyecto por el que será recordado”, dijo a The New York Times Miquel Adriá, director de la revista Arquine. “Logró proyectar en forma moderna muchos elementos encontrados en la arquitectura mexicana desde la época prehispánica hasta la colonial, incluyendo la generosa utilización del espacio y la monumentalidad”.
Seis décadas
de trabajo
Nacido en la Ciudad de México, en las postrimerías de la Revolución, Pedro Ramírez Vázquez se tituló como arquitecto en la UNAM en 1941. Eran los años en los que ya se escuchaba de las obras de Alvar Aalto, Oscar Niemeyer o unos ya bien encaminados Le Corbusier y Frank Lloyd Wright.
Tras terminar sus estudios, Ramírez Vázquez se ocupó en la cátedra y en 1945, tras una invitación del Secretario de Educación Jaime Torres Bodet, concibió el proyecto para un aula-casa rural, con la que se facilitaría la creación de escuelas por todo el país.
Curiosamente, ese encargo fue un “bomberazo”, debido a que el responsable original dejó el proyecto tirado. El modelo prefabricado no sólo se diseminó en México, sino que se exportó a 17 países (se fabricaron 35 mil aulas en total) y se haría merecedor del Gran Premio de la Trienal de Milán en 1960.
El siguiente peldaño lo escalaría a partir de los cincuentas en la órbita de Adolfo López Mateos. Primero como diseñador de su casa, luego como arquitecto de la sede de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (que encabezaba el político mexiquense) y finalmente con el Museo Nacional de Antropología e Historia, inaugurado en 1964, cuando López Mateos era ya presidente de la República.
Arquitectura y poder
Fue a partir de entonces que la pericia política del arquitecto lo colocaría “al frente de la arquitectura patriótica que habría de desarrollar desde entonces. Su talento -elevado a la altura de su capacidad representativa- lo hizo exportador de la imagen oficial del país”, escribió Fernanda Canales en Letras Libres en 2009.
Son los proyectos icónicos los que hacen reconocible a Ramírez Vázquez, pero de su restirador también salieron mercados, casas preconstruidas, iglesias y planeas maestros de universidades, como la Autónoma Metropolitana.
El mismo año que abrió el Museo de Antropología, también inauguró en Chapultepec el Museo de Arte Moderno. En los tres años siguientes haría lo propio con la Torre de Tlatelolco (1965), los Estadios Azteca en México (1966) y Cuauhtémoc, en Puebla (1967), para después encabezar el comité organizador de los Juegos Olímpicos de 1968.
Diseñador también de objetos de vidrio y plomo y del logotipo de Televisa, Ramírez Vázquez realizó varias obras en el extranjero, no sólo los pabellones de México para cuatro Exposiciones Mundiales, sino también el Museo de Dakar, en Senegal; el Museo Olímpico de Lausana, o un edificio gubernamental en Tanzania o el Museo de Nubia, en Egipto.
En 1976, tras la apertura de la Nueva Basílica de Guadalupe que firmó junto a Gabriel Chávez de la Mora y José Luis Benllioure, aceptó la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas en el sexenio de José López Portillo. Durante esa época redujo sus proyectos, a excepción del Palacio Legislativo de San Lázaro, de 1980.
Monumentalidad, formas rotundas e imponentes, grandes despliegues volumétricos y riguroso ordenamiento geométrico son características fácilmente asociables a Ramírez Vázquez, quien detrás de tan aparatosas escenografías cívicas sabía esconder espacios generosos aptos para afluencias masivas y una sapiencia material pensada para durar.
Hombre de su tiempo, Pedro Ramírez Vázquez pasará a la posteridad por haber moldeado una parte significativa de la imagen moderna de México.
Con información de: The New York Times, El Universal y Letras Libres.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *