Llegó el día anunciado, los aranceles a diestra y siniestra están aquí. Sus montos, sin precedentes en casi un siglo, desataron la tempestad en los mercados de valores. El regreso al pasado del gobierno Trump, inicia con la construcción a un Frankenstein económico: neoliberalismo hacia el interior, con la erosión del papel del Estado, y la formulación de un modelo CEPAL de sustitución de importaciones mediante murallas arancelarias. Esto último lo vivimos en América Latina hace cincuenta años y sufrimos sus consecuencias tras la incursión del los Chicago Boys y la apertura comercial que conllevó a un boom económico global sin precedentes.  

Los aranceles de Trump, sostenidos sobre una falaz fórmula matemática y presentada de forma similar a las tablas de la ley, delinean nuevas regiones o bloques económicos que parecen delineados por Francis Fukuyama. De manera burda, Trump grava a sus más firmes aliados y protegidos en Asia (Japón, Corea del Sur y Taiwán), así como a su más importante competidor y acreedor: China. De igual forma, castiga a Europa y hasta a sus más fieles groupies, Argentina y El Salvador. 

Y con todo ello, parece que México no sale mal parado de este supremacismo arancelario. Como buen simbionte, es muy probable que de mantenerse en el futuro estas políticas (sabemos lo inestable y evanescente que puede ser Trump), se concrete en nuestro país la relocalización de la industria de Asia. Sin embargo, si la economía norteamericana resiente este giro brutal y el discurso se sigue por la vía de las medidas contra sus vecinos por el control de fronteras y el narcotráfico, México se verá aún más afectado que las economías asiáticas o europeas.

Quizás las pocas palabras sabias que hemos escuchado en estos días de ruido y furia provengan de Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, encargado de la política monetaria. Ante los trinos matones de Trump pidiendo que baje las tasas de interés (una estupidez tras la tormenta que acababa de desatar), Powell comentó que los efectos económicos pueden ser significativamente mayores a lo esperado y que pueden traducirse en el peor de los escenarios: estanflación. Sin embargo, ante este panorama no pierde calma ni cede ante la presión: Es tiempo de esperar y ver, sentenció, el alcance y la duración de estos efectos siguen siendo inciertos.

De igual manera, la magnitud de las retaliaciones arancelarias es difícil de cuantificar. China ya anunció aranceles del 34% a todos los productos norteamericanos a partir del 10 de abril. Europa y otros países no tardarán en pronunciarse. Sólo recordemos que cuando a finales de los años 20 del siglo pasado, Estados Unidos echó mano de los aranceles para financiarse con la ley Smoot-Hawley, la Gran Depresión tomó dimensiones mayores y se ensañó en los estados exportadores de materias primas. Por entonces, el comercio internacional no gozaba de las dimensiones y complejidades actuales, en poco menos de un siglo su tamaño aumentó nominalmente más de 3.000 veces. Esto nos habla del volumen de la recaudación que entrará a las arcas del gobierno norteamericano, pero también del tamaño de la irresponsabilidad de Trump cuando también debe enfrentar las graves tensiones globales y la urgencia del cambio climático. 

Esperar y ver, con la certeza de que si esto sale mal, la rémora corre el riesgo de hundirse con el tiburón.

 

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