La etimología de la enfermedad Tosferina nos refiere a “Tussis” (tos) y “Ferina” (ferocidad o violencia) y se llama así porque se manifiesta con una tos intensa, persistente y espasmódica, que puede durar semanas e incluso meses. La tos evoluciona a ser tan fuerte que provoca vómito, agotamiento extremo y en casos graves incluso asfixia. El nombre es reflejo de la gravedad del síntoma principal: una tos que ataca con furia y no cede fácilmente.
Por parte de la Dirección General de Epidemiología se emitió una alerta por el aumento de casos de Tosferina en nuestro país en este 2025, con 120 eventos confirmados en 21 estados, reflejando un incremento significativo respecto al mismo periodo en años anteriores. Esta alerta se acompaña con la indicación de reforzar las campañas de vacunación, especialmente en zonas de alto riesgo, puesto que esta medida es la principal acción preventiva contra este padecimiento y es crucial mantener al día el esquema de vacunación para proteger a los más vulnerables, intensificando la vigilancia en niños menores de un año y la notificación inmediata de casos probables para la implementación de acciones de control oportunas.
Ahora bien, la indicación y recomendación parece sensata, sin embargo, estamos frente a una manifestación puntual de las deficiencias del sistema de salud, que expresan esa reducción de cobertura y acceso a la vacunación, en especial en el esquema básico por falta de suministro y distribución deficiente (con desabasto de varios biológicos) y el aumento de la desconfianza en esta actividad de prevención, lo que estaría afectando esa “inmunización” poblacional, conduciendo a un mayor número de casos.
De la misma manera, se refleja el deterioro de la vigilancia epidemiológica, puesto que el monitoreo constante y las respuestas rápidas ante brotes de enfermedades, en especial de las prevenibles, ya no se llevan a cabo con la presteza de otros tiempos, siendo además una manifestación de la reducción en la capacidad diagnóstica (clínica y por laboratorio), debido a limitaciones en inversión en salud pública, capacitación de personal o infraestructura para detección temprana. Lo anterior, sumado a la interrupción o postergación de programas de vacunación rutinaria generados por el impacto de la pandemia por COVID-19, dejó a la población sin una protección adecuada.
Por otro lado, las limitaciones económicas (poblacionales y de inversión en salud) han fragmentado y mermado a un sistema que ahora es incapaz de garantizar el acceso a vacunas y tratamientos oportunos, en especial en regiones de mayor vulnerabilidad socioeconómica.
Tal como la tosferina, que comienza con síntomas leves, para transformarse en un problema incontrolable y asfixiante, el sistema de salud mexicano se encuentra en una crisis estructural que ahoga a pacientes y profesionales sanitarios. Cada espasmo representa esos recortes presupuestales que debilitan la capacidad de respuesta, el desabasto de medicamentos que deja a la población sin alivio, la falta de inversión en prevención que permite que enfermedades evitables resurjan y la saturación hospitalaria que impide que los más vulnerables reciban atención oportuna y, al igual que un enfermo de tosferina sin vacunar, si no se atiende a tiempo, corre el riesgo de colapsar. Menester exigir la inversión en vacunación, mejorar la distribución de biológicos y otros medicamentos, así como fortalecer la vigilancia epidemiológica e invertir en infraestructura de salud pública. Es tiempo.
Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre.
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