La “teoría del caballo muerto” es una metáfora que describe esa tendencia que tenemos a persistir en estrategias, proyectos o ideas que han demostrado ser inviables o ineficaces. Está basada en esa imagen insensata de intentar montar un caballo muerto, en lugar de aceptar la realidad y necesidad de un cambio. En las organizaciones y en el diseño e implementación de políticas públicas, se puede interpretar como esa necedad de continuar invirtiendo recursos en enfoques fallidos ya sea por inercia, miedo al cambio o la mera resistencia a reconocer errores. Al aplicarla en la gestión de sistemas de salud, como en otras empresas, sugiere que es mejor identificar cuándo es menester abandonar estrategias obsoletas y redirigir esfuerzos hacia soluciones más efectivas.
Aplicando este concepto de seguir empecinados en soluciones que ya no funcionan, tendencias a mantener sistemas, estructuras o ideas sin siquiera cuestionarlas aun cuando es demostrativo que ya no funcionan, en un contexto del sistema de salud mexicano, tenemos una alegoría relevante si consideramos características peculiares de dicho sistema.
Es innegable que desde hace algunos años (agudizado el cuadro recientemente), persisten estructuras ineficaces que se traducen en desafíos significativos, como la desigualdad en el acceso a la atención médica entre áreas rurales y urbanas, la insuficiencia de recursos en hospitales públicos y la fragmentación institucional (como el IMSS, ISSSTE y otras instituciones estatales). A pesar de los intentos de reformar estas estructuras y sistemas, se siguen aplicando conceptos y decisiones anticuadas, inadecuadas o simplemente inútiles que no abordan de buena manera estos problemas y por lo tanto las soluciones son ineficaces.
Las reformas o propuestas establecidas son en mayor medida incompletas y peor implementadas, por lo que se quedan a medio camino o ni siquiera arrancan (como el intento de un sistema universal de salud, los institutos relacionados a salud y bienestar o las mega estructuras distribuidoras de fármacos) que terminaron como meros intentos fallidos que no resolvieron ni de cerca las limitaciones de calidad y cobertura de servicios de salud para la población. Si bien podría decirse con reserva que pudieron ser acciones “bien intencionadas”, no dejan de ser un fracaso.
De igual manera es frecuente que se implementen nuevas políticas sin la asignación suficiente de recursos o capacitación adecuada de los elementos humanos, lo cual es como seguir montando ese caballo muerto, intentando implementar nuevas estrategias sin un fundamento sólido. El mantener protocolos desactualizados, normas obsoletas, modelos de gestión inoperantes, tecnología de baja precisión y esquemas de financiamiento o administración ineficientes, en vez de apostar a reformas estructurales de fondo, es lo que provoca esa sensación de estar cabalgando en algo inerte.
En efecto, no todo el sistema es un “caballo muerto” y destacan en especial las personas que integran al sistema, que han demostrado ante las circunstancias más adversas (la pandemia fue un ejemplo) que son garantes de compromiso con los pacientes y usuarios, sin embargo, no se puede ocultar que las soluciones a los problemas del sistema de salud mexicano siguen siendo superficiales y no abordan las causas a profundidad.
Mientras no sea una prioridad proporcionar salud y bienestar a los ciudadanos mexicanos (demostrable con planes sensatos, leyes y normativas actualizadas y destinación de recursos de manera robusta) seguiremos, como la alegoría de esta columna, “montando un caballo muerto”, sin arranque, sin marcha y sin destino. De nuevo, como ciudadanos nos toca exigir lo propio y aportar lo necesario. Es tiempo.

Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre.

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