Once horas esperó María Cruz Mendoza, de 83 años, para sumarse al padrón de los beneficiarios del programa federal “65 y más”, que maneja la Secretaría de Desarrollo Social.
La abuelita de ocho niños pasó la noche envuelta en una cobija en la puerta de acceso al Centro del Saber del Parque del Árbol, para obtener la primera de las 50 fichas que se entregaron ayer por la mañana.
Los adultos mayores vivieron un viacrucis para inscribirse al programa, que entrega mensualmente 525 pesos.
Es el apoyo que el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, prometió para este año a 2.5 millones de adultos mayores de 65 años.
La señora Mendoza llegó desde la noche del miércoles de la colonia Nuevo Amanecer, por el rumbo de Villas de San Juan, hasta San Miguel, donde se ubica el módulo de inscripción.
“Pues me vine en camión, con uno de mis hijos, llegamos aquí como a las 10 de la noche, estaba todo muy solo y pues a esperar”, comenta a las 5:30 de la madrugada, cuando la oscuridad prevalece todavía en el lugar.
Y es que la paciencia en las filas es un tema que domina, pues lo practica también cuando espera por atención médica en el Seguro Popular.
“Donde quiera nos traen así, nos hacen vivir de noche”, dice la señora, quien espera conseguir el apoyo para poder ayudarse con los gastos de su manutención.
Este es el único apoyo al que aspira, ya que cuando buscó inscribirse a Oportunidades, se perdió y no pudo registrarse.

Olvidansus males

Treinta centímetros atrás del primer lugar está postrado, en una cobija y con la banqueta como almohada, don Luis Ibarra: la diabetes le ha arrancado la vista y, con ello, las posibilidades de trabajar.
Su esposa, Juana Méndez, de 64 años y 10 meses, lo acompaña sólo para aprender el proceso, pues aún no cumple los 65 y no es acreedora al beneficio.
“Yo vendo algunos dulces en la calle para ayudarnos, para hacer una sopita y comer, nomás los dos”, comenta doña Juana, erguida a pesar de la temperatura que empieza a bajar mientras el aire toma fuerza.
Aunque quisieron evitar el gasto de transportarse, no pudieron; salieron de su casa en Los Castillos la noche del miércoles, llegaron a la terminal de San Jerónimo.
Pero el camión que los dejaría en el Torres Landa ya no salió, por lo que se trasladaron entonces al parque Hidalgo, donde comenzaron a caminar hacia la Preparatoria Oficial.
“Mi esposo no quería que pagáramos el taxi, pero hay calles seguras y otras no, mejor gastamos lo que traíamos”, dice doña Juana, quien ahora tendrá que trabajar tres días completos para volver a juntar los 45 pesos que les cobró el taxista para llevarlos hasta el lugar.
“Nos trajimos dos plátanos para cenar o desayunar, él ya se comió el suyo, ahí está el mío, pero si le da hambre que se lo coma, él está enfermito”, dijo doña Juana con la ternura reflejada en el rostro y mientras señalaba la fruta, que acabó bajo el barandal, ceniza, como cuando les falta poco para no poder comerse ya.

‘Es mucho sacrificio… espero no nos regresen’

Don Elías Rivera Mendoza tiene 67 años y no tardó en hacer plática con Antonio Rodríguez Álvarez, que tiene 72 años y vive en la 10 de Mayo.
El primero ya tramitó su tarjeta, cobra cada mes, pero vino a apartarle el lugar a la hermana de un amigo, que ahora busca también contar con el respaldo.
“¡Qué cómo te sientes aquí, durmiendo en la calle!”, le repetía don Elías a don Toño, que tiene problemas en su oído.
“No es fácil salir de noche, yo me vine en la bicicleta desde la 10 de Mayo y corre uno riesgo, me traje nomás para una torta ahorita en la mañana, pero sí es mucho sacrificio, espero que no nos regresen”, comentó también.
Entre los abuelitos se consultan los documentos para evitar que los regresen y tener que formarse otra noche entera, pero don Toño tiene la duda de los que lleva en una bolsa de plástico, por lo que los nervios lo presionan.

De EU a la fila de Sedesol

Hace ocho años estuvo en Estados Unidos de inmigrante, pero Wenceslao Patlán Banda llegó a 67 y no tiene trabajo, por lo que espera que el apoyo ofrecido por el Gobierno federal le sirva para solventar gastos.
“Vivo con mi esposa, me dijeron de este programa y vine, porque la economía no está nada fácil”, comentó quien se dijo desempleado y que subsiste apenas con lavadas de autos que consigue.
Luego de la experiencia en EU, es complicado no comparar.
“Allá nadie hace filas, no tienen a la gente formada, menos a la mayor, pero a lo mejor hasta ya es una costumbre de nosotros de venir a tratar de ganar el lugar”.
Adelante, Bernabé Santiago Luna, de 69 años, replica.
“Es que si no te formas, te ganan, son muy poquitas fichas las que dan y si no venimos, pues perdemos todos”.
Con el paso de los coches por el bulevar, los estudiantes de la Preparatoria Oficial y lo “apretadito” del fresco, pasa la espera.
Veinte minutos antes de las 9, cuando se abren las puertas del registro, llegan tres muchachas a organizar a los abuelitos, quienes se desperezan y dejan sillas, cobijas y asientos de lado.
Al final, se entregan 30 fichas y es evidente la cara de satisfacción de quienes se sacrificaron.
El premio de consolación para otros 20 fue que los citaron a las 4 de la tarde, para tomar sus datos.
En cambio, Socorro Lara, de 67 años, y unos 30 adultos mayores más -entre hombres, mujeres y acompañantes- se van desolados, con el reto de regresar más temprano otro día y hacerse con la ayuda para subsistir.
Luego de recibir su primer depósito, los adultos mayores deberán regresar a firmar la boleta de “Supervivencia”, esa que registra a quienes subsisten en medio de la necesidad y que comprueba que no han pasado a mejor vida.

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