por Jeremías Ramírez Vasillas

A casi un año de la partida del escritor, recordamos al escritor Jeremías Ramírez Vasillas, con este cuento póstumo. Aquí la segunda y última parte. Paz en su tumba.

Todos los días, durante un mes, trabajó con don Cuco, pero por más que se esforzaba no había un gran progreso. Él era una tabla, una piedra, un hueso duro de roer. En ese tiempo solo había aprendido a tocar los círculos más sencillos: Do y Sol, y con torpeza. Y odiaba los acordes que llevaban cejillas.

—Tú no te preocupes Leo, con estos acordes sencillos se pueden tocar muchas canciones bonitas, como Corazón de roca. ¿Si quieres la ensayamos y yo toco el requinto?

Pero si sus manos eran torpes, su voz era terrible. Nunca acertaba a las notas. Cada que oía las grabaciones que hacía le molestaba su voz chillona, como la de un gato maullando, y fuera de tono. Desesperado, un fin de semana estuvo a punto de hacer astillas la guitarra y meter al boiler los pedazos. Pero la guitarra sonaba bien y en la peluquería muchos se la envidiaban. Quizá sería mejor venderla a alguien que la aprovechara mejor, se dijo con amargura. El recuerdo de Claudia lo detuvo. No, no iba a bajar la guardia tan rápidamente. Como podría soportaría ver todos los días a Claudia si claudicaba. Se río de la coincidencia verbal: “Claudia-claudicar”. Le contó sus penas a don Cuco.

—No te desanimes Leo, yo me tardé como seis meses. Si te dijera: estos dedos no daban para nada. Y luego, ya vez, hasta con Los fantasmas pude tocar.

Una mañana que llegó tarde a su trabajo, al pasar donde estaba Claudia, oyó una voz como un canto de ángeles: “Hola Leo”. Se detuvo. Ahí estaba ella sonriéndole. “Espero que tengas un lindo día. Chao”. Cuando llegó a su escritorio estaba feliz. La energía que le inyectó el saludo se notó de inmediato en su guitarra. Ahora, después de la clase con don Cuco, se quedaba hasta muy tarde practicando y practicando en su recámara hasta que los dedos le dolían. 

Me sorprendes Leo, ya tocas muy bien, le dijo un día don Cuco. Animado por el comentario, arremetió el requinto de Corazón de roca y le salió completo y limpio. Sonrió triunfante. Algunas personas que se habían detenido a la puerta de la peluquería empezaron a aplaudir. Se sonrojó. De pronto se dio cuenta que atrás del grupo de espectadores estaba Claudia. Casi se cae del susto. Cohibido, bajó la mirada y cuando la volvió a levantar ella había desparecido.

Al otro día, cuando entró a su oficina y caminaba hacia su escritorio, ella venía hacia él con una taza de café. Le sonrió.

Leo, no sabía que eras un artista. Te dejé un café en tu escritorio. Gracias por el concierto de ayer. Eres un buen guitarrista. Algún día me gustaría que tocáramos juntos… También cantas, ¿verdad?

Leo dijo un sí tímido, luego ella se acercó y le dio un beso en la mejilla. Por la tarde le contó a don Cuco su logro.

—Ya ves. No hay mejor elixir para el amor que la música. Ahora, hay que preparar la serenata

—Pero don Cuco, mi voz, ahí no tengo remedio, y ella canta muy bien. No voy a poder, y ella se va a dar cuenta. Ahí voy a perder lo que he ganado.

Don Cuco sonrió.

—Tú no te desesperes, lo que importa es el gesto, el símbolo. Si quieres yo canto, pero se tiene que notar que al menos abres la boca. Vamos a ensayar para ver dónde te desafinas y yo cantaré más fuerte en esas notas.

Leo se agachó pensativo, preocupado.

—Tranquilo Leo. Total —afirmó don Cuco— como dice la canción esa de bossa nova: “Los desafinados también tienen un corazón”. Y en el amor eso es lo más importante: el corazón

Ambos rieron. La luz de la tarde, que ya declinaba, fue tibiamente iluminando las esperanzas de Leo.

[Aquí se interrumpió la escritura del relato]

Jeremías Ramírez Vasillas (Ciudad de México, 1953; Celaya, 2022). Estudió Comunicación en la UNAM. Escritor cuentos, minificciones, y director de cine. Además de una docena de libros y antologías, cuenta con varios cortometrajes y documentales. Su libro, La doncella, el guerrero y otras estatuas, obtuvo el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández 2013. Su libro póstumo El libro tibetano fue editado por ediciones La Rana el año pasado. Fue colaborador habitual de Argonauta.  

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