Un buen día, los restauradores se encontraron con que lo que parecía el velo de la noche en realidad sólo era suciedad. Aún así, una de las obras maestras de Rembrandt van Rijn ha pasado a la posteridad con el impreciso título de “La guardia nocturna”.
Si el Louvre tiene a la Monalisa y el Prado a Las Meninas, la monumental obra de Rembrandt, pintada por una “coperacha” entre los arcabuceros de la capital neerlandesa hace más de 400 años, tiene la misma categoría estelar dentro de su casa: el Museo Nacional de Amsterdam, mejor conocido como Rijksmuseum.
El icónico recinto holandés estuvo en la banca desde 2004, cuando inició el proyecto de renovación y restauración que los arquitectos españoles Antonio Cruz y Antonio Ortiz habían propuesto tres años atrás en un certamen internacional.
Tras unas obras que debieron lidiar con el agua que emerge de cualquier punto de Amsterdam nomás con meter una pala, y con la inconformidad inicial de la comunidad ciclista que no quería perder su añejo tránsito por el pasaje central del edificio, “La ronda nocturna” está lista para recibir de nuevo a sus visitantes este fin de semana y presumir cómo quedó su casa tras una inversión nada módica de 375 millones de euros (unos 5 mil 900 millones de pesos).
Entre las aguas
El Rijksmuseum, hogar de una colección de arte iniciada en La Haya en 1800 y que deambuló y se amplió con el correr del tiempo, ya era retro cuando el arquitecto holandés Pierre Cuypers lo levantó en la Plaza de los Museos de Amsterdam en 1885 con un estilo ecléctico profundamente influenciado por el arte gótico y renacentista.
Tras poco más de un siglo de vida, el edificio sede del más importante museo de Holanda se vio rebasado por las exigencias de la modernidad y se embarcó en una renovación a la vez discreta y profunda comandada por dos veteranos arquitectos ibéricos, reconocidos por sus estaciones de trasporte (como la de Santa Justa, en Sevilla o la de Basilea); estadios como el de la Comunidad de Madrid (La Peineta) o La Cartuja de Sevilla y edificios gubernamentales en varios puntos de Andalucía.
El pase mágico de Cruz y Ortiz fue cavar a seis metros de profundidad, suspender el centenario edificio de Cuypers sobre sus cimientos y arrebatarle 4 mil metros cuadrados de superficie útil al subsuelo, aprovechando, vinculando y dando nueva vida a los dos patios aislados que tenía el Rijksmuseum.
Eso que sobre el papel se dice fácil, no lo es tanto cuando se está en Holanda, sobre suelo que le ha sido arrebatado al mar y donde reza el dicho popular que en cuanto se cava un metro bajo el suelo “necesitas un marinero, no un albañil”.
Las fotos de obras del Rijksmuseum son impresionantes porque parecen las de la reconstrucción tras un huracán. Lo que ahora es un gran atrio estuvo hace unos años anegado y entre el ejército de constructores había también buzos, barcazas y un concreto especial para obras marítimas, capaz de fraguar bajo el agua.
Arriba y abajo
“El reto era hacer un museo mejor, no mayor”, dijo Antonio Ortiz en una entrevista al diario ABC al explicar el concepto arquitectónico donde se combinó la “cirugía reparadora” con una “intervención minimal radicalmente moderna que opera un gran cambio sin cambios radicales”.
Los frutos están a la vista. Los dos patios del Rijksmuseum quedaron comunicados por un pasadizo subterráneo debajo del pasaje de la discordia (el que los ciclistas lucharon por preservar), en el que también se acomodaron áreas de servicio y acogida para los visitantes, como los guardarropas, tiendas y baños.
La intervención ha hecho posible que el Rijksmuseum tenga ahora una entrada unificada en su pasaje central (antes había dos diferentes en cada ala del edificio), que se reordene el tránsito interno por sus 1.5 kilómetros lineales de galerías y que, sobre todo, se inyecte un torrente de luz natural al interior como nunca antes se había tenido.
Eso ha sido posible no abriendo ventanales en el pasaje central donde antes había paredes, sino también con una imponente estructura metálica que cuelga sobre el patio principal, que como un candil cubista, refleja y redistribuye la luz sobre las añejas paredes de ladrillo y el reluciente piso nuevo de piedra natural traída de Portugal.
Visitado por más de 2 millones de personas al año, el Rijksmuseum echaba en falta un gran vestíbulo central que acogiera ese público. Ahora, los patios interconectados y comunicados al nivel de calle con una gran escalinata hacia el pasaje, cumplen esa función y ponen al día al recinto, sin perder su aire histórico.
La renovación del venerable museo holandés también ha implicado un replanteamiento de su discurso museográfico. A excepción de “La guardia nocturna”, ningún cuadro está donde antes, pues ahora se ha optado por un recorrido cronológico y por mostrar en 80 galerías sólo unas 8 mil del casi millón de obras que conforman su acervo, con renovaciones programadas de lo exhibido.
Cruz y Ortiz también han agregado un elemento totalmente nuevo al museo: un pequeño pabellón de líneas minimalistas ubicado en uno de los jardines del Rijksmuseum y en donde se exhibirá la colección oriental, un contenido acervo de poco más de 300 objetos.
Con información de:
Rikjsmuseum, El País y ABC.

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