Hasta el 23 de mayo autoridades federales reportaron 221 mil 647 mexicanas y mexicanos fallecidos por coronavirus desde el año pasado. De acuerdo con un estudio publicado por investigadores de la UNAM, 94 por ciento de esas muertes fueron personas que se encontraban en condiciones de vulnerabilidad, tanto por las características y condiciones de sus trabajos como por su situación económica, la cual contribuye tanto a la presencia de comorbilidades como a la falta de acceso a servicios de salud, entre otros.
El estudio Impacto de los determinantes sociales de la COVID-19 en México, firmado por Alejandro Cortés Meda, doctorante en Ciencias de la Salud y Guadalupe Ponciano Rodríguez, profesora del Departamento de Salud Pública en la Facultad de Medicina, indica que con 151 muertes por cada 100 mil habitantes, el COVID-19 es ya la principal causa de muerte en el país, superando a las enfermedades cardiovasculares y a la diabetes.
Este vendaval virulento sacudió a la humanidad toda; sin embargo y como vaticinaron especialistas desde el comienzo de la tragedia, mientras algunos viajan en trasatlántico durante la tormenta, la mayoría tiene apenas sus brazos para evitar hundirse.
Trabajadores manuales y operativos en fábricas, transporte público, establecimientos médicos, entre otros, además de amas de casa, jubilados y pensionados, señala el texto, han sido algunas de las principales víctimas no solo del coronavirus, sino del sistema que hemos construido en el que sus actividades son tan indispensables que no pudieron ponerse en pausa, pero que realizaron (y aún hacen) sin las condiciones necesarias de bioseguridad para impedir que fueran carne de cañón durante la pandemia.
Otro dato que señala el estudio es que “prácticamente la mitad de las muertes se produjeron en personas con un nivel educativo máximo de primaria”, pues, argumenta, cuentan con menos herramientas para evaluar escenarios y tomar decisiones efectivas ante la contingencia. La tragedia, pues, se ensaña con los desprotegidos.
Esta pandemia ha demostrado que la inequidad es brutal no solo en México sino en el mundo, pues mientras países como el nuestro negocian como pueden (bien o mal) la adquisición de vacunas para salir del agujero coronavirus, hay muchos otros que siguen sin recibir ninguna, principalmente aquellos que el sistema llama en forma eufemística: en vías de desarrollo. En tanto, la comunidad internacional insiste para convencer a Estados Unidos que done vacunas para quienes no han tenido acceso a ellas, mas la potencia americana responde como en canción: dice sí, pero nunca dice cuándo. Mientras tanto, puede hacerse turismo de vacunas al país vecino, a los que les alcanza, claro.
En 2013 apareció Elysium, la segunda película del director sudafricano Niell Blomkam. En ella, una minoría adinerada escapó de la falta de recursos causada por la sobreexplotación en la Tierra y fue a vivir a una estación espacial donde contaban, además, con un aparato que curaba enfermedades. Por su parte, los pobres se quedaron a padecer el planeta y morir por males para los que existía cura, pero, lástima, no les alcanzaba.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
