Hemos crecido con creencias que son parte fundamental de nuestro desarrollo y de nuestra forma de ver las cosas. Sin embargo, no todas las creencias que nos enseñaron son ciertas. Para distinguirlas es necesario tener criterio, para tomar las que te funcionan, desechar las que no y generar tus propios parámetros.
Una de estas creencias falsas es que siempre tenemos que ayudar a los demás, que incluso debemos ofrecernos a hacerlo, incluso cuando ni siquiera nos lo han pedido. Debemos ser conscientes de que no todos necesitan ayuda, a veces ayudar a otro, o resolverle alguna carencia, impide que esa persona se convierta en alguien funcional.
En este sentido, el daño más grave que puedes hacer a alguien es darle todo, resolverle todo, invitarle todo, pues impides que haga o intente siquiera el más mínimo esfuerzo. Le quitas la capacidad de resolver, con sus posibilidades, la adversidad o dificultades que se encuentra día a día.
Sé que muchas veces ayudamos por cariño o amor, pero hay que permitir a las personas la tarea creativa de buscar alternativas de solución y no convertirlas en un trapo inútil dependiente de ti.
Muchas veces se nos hace fácil regalar todo a otra persona, pero así anulamos su potencial y la hacemos más pobre, ya que fomentamos que incumpla sus responsabilidades como individuo. De esta forma solo podemos llevar a la otra persona a vivir en la miseria humana, económica, espiritual, existencial y emocional. Promovemos en esa persona la creencia de que no tiene que esforzarse por salir adelante con sus propios medios y recursos, con sus propios méritos.
Si en verdad quieres a una persona, le tienes afecto, la amas, hazle un favor y permite que ejerza el mejor potencial que tenemos los seres humanos, la capacidad de pensar y tomar decisiones, aceptando sus logros y consecuencias, pero sobretodo, aprendiendo de ellas.
Dale la oportunidad de experimentar el sentido de supervivencia, de aprovechar sus talentos, tomar la iniciativa, que viva su vida.
Quien ha recibido todo de manera fácil, regalada, indirectamente se vuelve tu víctima, mientras que te conviertes en victimario, ¡al miso tiempo! Pues el día que dejes de hacerlo no lo verá con buenos ojos (incluso cuando la ayuda que das sea de corazón o te implique un esfuerzo), se enojará porque le parecerá una obligación y terminará molesta contigo porque cierras la llave y olvidan la gratitud.
La peor miseria humana que alguien puede experimentar es ser una persona inútil, llena de quejas, incapaz de realizar un trabajo digno, porque la haces inútil para sí misma.
Mejor ayúdala a que aprenda, enséñale cómo, regálale un consejo, escúchala, hay miles de maneras de ayudar en las que puedes dar sin que le quites a la persona la oportunidad de volverse una mejor versión de sí misma.
Por último, recuerda que el que agradece, merece, y quien no agradece, no merece, así de sencillo.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
