El Dr. Francisco Javier Balmis conocía aquel principio latino “Similus curandis” lo igual cura lo igual- y como médico del rey de España, llevó a Asia y trajo a América la vacuna que Edward Jenner había desarrollado contra la viruela que cobraba la vida de millones de personas en el mundo.
En el siglo XVIII, la viruela constituía una amenaza muy letal que no respetaba clases sociales. Tampoco a los reyes, como sucedió con el joven Luis I de España, desaparecido con tan solo diecisiete años. Cada año, unas doscientas mil personas morían en toda Europa, en su mayoría niños. Sin embargo, los campesinos advirtieron que los que ordeñaban vacas no sufrían el contagio. El médico británico Edward Jenner reparó en ello y, en 1796, introdujo el fluido de un animal infectado en un niño, asombrosamente el niño quedó inmunizado con carácter permanente.
El nuevo hallazgo no tardó en conocerse en España. Multitud de publicaciones de la época atestiguan el interés por la esperanzadora innovación. El rey Carlos IV se mostró sensible a la novedad porque la viruela había golpeado con dureza a su familia. Había perdido a una hija, María Teresa, de apenas tres años, y también a un hermano, el infante Gabriel. Por ello, no dudó en apoyar el proyecto para llevar la vacuna a los territorios del inmenso imperio español.
Hubo que recurrir a un método primitivo, pero ingenioso. Se reunió un grupo de veintidós niños y se inoculó el virus a dos. Cuando estos desarrollaron la forma atenuada de la enfermedad, se repitió la operación con otra pareja. A través de esta cadena, el fluido llegó fresco a territorio americano.
Para reclutar a estos niños, el gobierno ofreció mantenerlos y formarlos hasta que pudieran ejercer un oficio digno. Aunque la oferta era atractiva, los padres no deseaban entregar a sus hijos para un viaje tan largo y arriesgado. Por eso los elegidos fueron huérfanos procedentes de La Coruña y Santiago. Más tarde, ya en América, se buscarían nuevos niños para proseguir con la expedición.
Poco antes de llegar a la Ciudad de México, Balmis envió un mensaje al virrey Iturrigaray. Le anunciaba la llegada de los expedicionarios y esperaba convencer a los habitantes de las bondades de la vacuna y disminuir el rechazo que ésta podía causar entre la población.
Pero en su afán de notoriedad, Iturrigaray había encargado a su médico de confianza Alejandro García Arboleya que consiguiera la vacuna. Tras dos intentos fallidos, al tercero se obtuvo vacuna procedente de Veracruz y se iniciaron las vacunaciones tres meses antes del arribo de la expedición.
Iturrigaray mostró a Balmis los progresos de la vacuna, que se había practicado 65 veces en apenas 108 días. La pericia de Balmis como vacunador constató que no se estaba actuando debidamente, ya que no esperaban a que los granos tuviesen los 9 a 10 días de maduración recomendados para pasarla de brazo a brazo.
Para colmo, en el Hospicio de Niños donde realizaban las vacunaciones se habían producido casos de sepsis en algunos niños, tras administrarles la vacuna. Uno de ellos falleció. Estos acontecimientos generaban desconfianza en las clases más bajas, hasta tal punto que una madre asustada llevó a su hijo al boticario, en busca de un antídoto contra la vacuna.
Afectado y molesto por estos sucesos, Balmis, abiertamente enemistado con el virrey, le solicitó que le facilitase niños para continuar viaje rumbo a Filipinas, pero todo eran trabas y negativas. Ante esta situación Balmis se vio obligado a recorrer los pueblos cercanos a la capital, con un doble objetivo, propagar la vacuna y conseguir los niños necesarios para llegar hasta Filipinas.
Así pues, el día 20 de septiembre, llegó a Puebla, donde fue recibido con los más altos honores por su amigo, Manuel de Flon, Gobernador de la ciudad. En menos de un mes vacunó a 9.209 personas. Las vacunaciones se continuaron después de su partida, llegando a las 11.905 antes de acabar el año. En noviembre se desplazó a Querétaro, donde era esperado con ansias y donde se les buscó un alojamiento adecuado. El Corregidor de dicha ciudad, para dar ejemplo al pueblo, fue el primero en vacunar a sus hijos. Continuó su viaje hacia Celaya, llegando el 14 de noviembre y nuevamente fue recibido con los más altos reconocimientos y clamores de “Viva el Rey”.
En su recorrido hacia el norte, llegó a Guanajuato, donde no vacunó, pero dejó la linfa para que los cirujanos de la ciudad pudieran continuar con las vacunaciones. Siguió hasta León y desde allí a Lagos, pero no fue muy cordial la acogida en estos lugares, por lo que, tras vacunar a 30 personas, continuó en dirección a Aguascalientes y a Zacatecas, donde llegó el día 30 de noviembre recibiendo una agasajada acogida. El 2 de diciembre, partió hasta Sombrerete y Durango, llegando a esta última el 8 de diciembre, donde además de vacunar, estableció una Junta Vacunal. Sólo dos días después de su llegada, Balmis comenzó su trayecto de retorno a la capital para preparar la marcha a Filipinas.
La batida del Dr. Balmis enfrentó retos como la oposición de las propias autoridades incluyendo al mismísimo Virrey así como los prejuicios y atavismos religiosos que consideraban contra natura y pecado grave el método.
Hoy en día con la espera de la vacuna COVID-19 y la suministración de ésta ante la población pareciera que la historia se repite y justamente el peor malestar no es en sí la dosis para erradicar el mal sino la apatía, nepotismo, influyentismo, falta de organización gubernamental y dirigentes que sólo buscan el protagonismo al igual que en su momento lo hizo el Virrey José de Iturrigaray.
La historia nos alcanza sin duda y los acontecimientos se repiten con distintos personajes pero mismos estigmas del pasado ¿Tú lo crees?… Yo también.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
