La providencia fue generosa con la nación mexicana y lleno de salud a los presidentes, porque todos, a partir de Lázaro Cárdenas hasta Enrique Peña Nieto completaron sus sexenios sin necesidad de que, por cualquier causa, fueran sustituidos. Al parecer gozaron de cabal salud, jamás se enfermaban ni mucho menos estuvieron en trance de muerte, o al menos eso se hizo creer a la población.
El fortalecimiento de la imagen presidencial, elevada a la categoría de divinidad, impedía que el presidente mostrara flaqueza alguna. A un presidente así contemplado, así venerado, resultaba impensable sustituirlo, sin embargo los presidentes no estuvieron exentos de imprevistos, como cualquier ser humano aunque se les negara esta calidad ascendiéndolos a los altares de la patria.
Hoy sabemos, por ejemplo que el presidente Manuel Ávila Camacho sufrió dos infartos de miocardio mientras ocupaba la silla presidencial; además estuvo en riesgo de muerte por un atentado y salvó la vida gracias a un chaleco blindado. También sabemos que la mortal enfermedad que padecía Adolfo López Mateos y, que a la postre lo llevó a la tumba, se manifestó gravemente desde los días que portaba la banda presidencial. En ese entonces, según se publicó, el presidente tenía que encerrarse en un cuarto oscuro durante horas y aun durante días para aliviar la terrible neuralgia. Cuando eso sucedía, su secretario particular, Humberto Romero, ejercía el poder de don Adolfo; era de hecho un presidente interino informal y extralegal. Igualmente, el presidente Gustavo Díaz Ordaz estuvo varios días hospitalizado debido a una intervención quirúrgica en los ojos, pero no se vio precisado a pedir licencia. Su sucesor en la presidencia, Luis Echeverría Álvarez de salud proverbial- emprendió en 1975 un largo viaje por trece países. Durante 45 días gobernó a la distancia, confiado en el teléfono y en los medios de comunicación de aquel tiempo.
También viajó mucho su sucesor, José López Portillo, quien expresamente afirmó que mientras el paseaba por el mundo, el secretario de gobernación se quedaba a “atender la casa” de alguna manera lo suplía aunque manteniéndolo constantemente informado.
En días pasados el presidente Andrés Manuel López Obrador se contagió de COVID-19 el sábado 23 de enero manifestó malestar, sin embargo, el domingo continuó su gira por San Luis Potosí, donde inauguró un cuartel de la Guardia Nacional.
Después tomó un vuelo de vuelta a su casa, en palacio nacional, al que accedió desde su vehículo, sin pasar por los controles ordinarios.
Andrés Manuel López Obrador, de 67 años, hipertenso y con problemas de corazón sufrió un infarto en 2013 sin embargo actualmente permanece estable y resolviendo asuntos públicos, dando instrucciones y atendiendo algunas reuniones de forma remota tal como sus predecesores, dando instrucciones a la lejanía.
Pero ¿Qué pasaría si el presidente falleciera? De acuerdo con el artículo 84 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en lo relativo a las funciones y responsabilidades del Poder Ejecutivo federal, señala que: “En caso de falta absoluta del Presidente de la República, en tanto el Congreso nombra al presidente interino o substituto, lo que deberá ocurrir en un término no mayor a sesenta días, el Secretario de Gobernación asumirá provisionalmente la titularidad del Poder Ejecutivo”.
Ahora bien: Si el presidente fallece en los primeros dos años de su gobierno, el Congreso de la Unión se convertiría inmediatamente en un Colegio Electoral y nombraría, a través de una mayoría absoluta de votos, a un presidente interino. Luego de un tiempo máximo de 10 días, el Congreso expedirá la convocatoria para la elección del nuevo presidente que deberá concluir el período respectivo; un proceso que no puede ser menor de siete meses ni mayor a nueve.
En caso de que el mandatario fallezca en los últimos 4 años de su gobierno, el Congreso de la Unión designará al presidente sustituto que deberá concluir el período; se tendría que seguir el mismo procedimiento que en el caso del presidente interino.
Pero se escapa un detalle en éste artículo constitucional ya que la sesión del congreso para discutir la designación de un presidente sustituto podría ser impedida por no aceptar a los candidatos que se promuevan por lo tanto si no asistieran o abandonaran el salón de sesiones los congresistas que tienen mayoría en el congreso no se lograría la presencia de al menos dos terceras partes tal como marca la constitución.
La experiencia política mexicana ha demostrado que las rivalidades, celos, odios, golpes bajos, denuestos, insultos, descalificaciones, ataques de un partido a otro son la manera de entender y vivir la política en México atendiendo siempre a sus intereses de grupo o a los de las personas que los dirigen y postergado deliberadamente los grandes temas nacionales, preocupados tan sólo por acceder, mediante sus líderes, a posiciones de poder.
La ausencia del primer mandatario traería funestos acontecimientos en la vida nacional, por decirlo acorde a la conseja popular: “saldría más caro el caldo que las albóndigas” ¿Tú lo crees?… Yo también.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
