Me llamó la atención una fotografía en la que se ve a un hombre de no pocos años encima con el semblante descompuesto por la tristeza. Intuyo que esta incluso le retiró la fuerza en piernas pues parece a punto de ser derribado por el dolor. Otro hombre, un joven, lo sostiene gentil y solidariamente en brazos. La imagen fue parte de una retahíla inacabable con motivo de la muerte de Diego Armando Maradona, el astro argentino del futbol célebre por su afición a las drogas, admiración a dictadores, historial de abusos y prodigiosa zurda.
Más reciente, otra imagen fue también harto popular: Paula Dapena sobre el pasto, a contracorriente, sentada y de espaldas con el “6” en la playera; a los costados, sus compañeras de pie y con la cabeza gacha por el minuto de silencio en memoria del “Pelusa” antes de un partido en la ciudad deportiva de Abegondo, en La Coruña, España. “Creo que para ser jugador y buen deportista tienes que tener valores por encima de tu futbol”, declaró la jugadora luego que su gesto motivó celebración, rechazo y hasta amenazas de muerte.
Una más, esta en Siria, da cuenta del fenómeno mundial que fue el nacido en Villa Fiorito. Es de un joven que pinta el rostro del jugador sobre los vestigios de un muro apenas en pie, derruido por la guerra pero iluminado con el sol de la albiceleste.
Argentina declaró tres días de luto, miles de personas salieron de sus casas sin temor a pandemias para dar el último adiós. Expresiones similares se replicaron en muchos países. Por otra parte, con igual velocidad se multiplicaron las voces que recordaron a Diego Armando como abusador, machista, drogadicto, padre irresponsable y hasta violador. En respuesta, los afligidos piden respeto a su devoción, al “más humano de los dioses”.
Edificar deidades es hábito frecuente de seres humanos. Depositamos en ellas nuestros deseos, aspiraciones e ideales, en contraposición de una realidad que nos ofrece descaro y desilusión; extraviarse de vez en vez como consuelo.
El futbol del argentino sobrepasó a Diego por mucho. Su despliegue sobre el césped fue origen de experiencias ajenas a él, diversas y poderosas, fuente de emociones intensas en millones de personas que lo recuerdan con agrado por aquello que sintieron al verlo con la pelota. Esto es el ídolo, “El 10” como abstracción de Maradona.
Pero la realidad exige no ya ensoñaciones reconfortantes sino reconocimiento de la violencia concreta que se padece a diario y sus mecanismos de reproducción. El momento histórico, este momento, demanda no echar más secretos bajo la alfombra ni soslayar el abuso, especialmente si se trata de los encumbrados a quienes solemos encubrir por tal o cual talento, por esta o aquella condición, porque entonces nos encontramos con causales de excepción a cada rato: “Mira, sí te pegó, pero piensa en las flores que te trajo y en lo bueno que es con los niños, de lo otro hay que olvidarse”.
Lo hecho por Diego sobre la cancha no será cancelado ni aunque se quisiera. El mundo del futbol lo mantendrá entre los más recordados de la historia. Persistirán gritos eternos desde la tribuna. Los videos de México 86 ahí están. Al final, no se puede cubrir el sol con un dedo ni pretender un sentido moral único censor de ídolos; probablemente no habría uno en pie tras mínimas inspecciones (lo cual no sería malo).
No callarán las voces que canten a Maradona o a cualquier otra figura pública de renombre. Afortunadamente, tampoco lo harán las cada vez más numerosas, principalmente de mujeres, que se nieguen a ignorar la violencia que nos rodea, que ejercen tanto conocidos como desconocidos y que estén dispuestas a dar la espalda para decir:
Me niego a guardar silencio por un violador, pedófilo, putero y maltratador”.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
