“& Hoy lamentablemente siento culpa adentro mío, porque me podrán decir que estoy bien, que estoy mejor, que estoy mejor que antes, pero nadie está dentro mío, yo sé las culpas que tengo y no las puedo remediar”. Son palabras pronunciadas por Diego Armando Maradona en la película documental “Maradona by Kusturica”.

El mejor trabajo cinematográfico respecto al histórico diez albiceleste, es ese, el que digirió el cineasta serbio Emir Kusturica. Se estrenó en 2008, en el Festival de Cannes. Es estupendo retrato del polémico personaje. La película es una oda a la historia de vida del pibe de Villa Fiorito. Ahí, podemos ver una constante en el andar público de Diego: siempre rodeado de gente, fanáticos, prensa, compañeros, familia.

Años antes de ver aquella película, en el invierno de 1994, se anunciaba que “el Pelusa”, visitaría la ciudad de Pachuca, jugaría un “mundialito” de futbol rápido. Era una gran noticia para quienes admirábamos a Maradona. Todavía estaba fresco el recuerdo del campeonato mundial logrado por Argentina de la mano del “Barrilete cósmico”, en el estadio Azteca, en 1986.

Para el momento de la llegada de Maradona a Pachuca, la vida del astro había dado vuelcos inesperados. Estaba suspendido por la FIFA, al dar positivo en un examen antidoping en el mundial de Estados Unidos, celebrado este en el verano del 94. La expectativa de la fanaticada por ver jugar de cerca al diez de características mitológicas era mayúscula.

Asistí junto a mi antiguo amigo Pepe a la cancha donde se desarrollaba aquel espectáculo futbolístico. Pudimos ver al gran Diego desde la tribuna. La atención de la masa se concentraba en él. Desde el momento que salía a calentar, demostraba el poder que solo tienen los encantadores serpientes, él dominando el balón se hacía dueño del todo que lo rodeaba.

Después de concluir esa primera exhibición de la magia maradoniana, aquel amigo y yo, pensamos que sería buena idea ir hasta el hotel donde se hospedaba, saludarle, cruzar algunas palabras. Y así lo hicimos, antes de llegar al destino, concluíamos que sería difícil para un par de chicos de 16 años, entrar de noche a donde suponíamos se encontraría a Diego Armando.

Con tintes de una escena escrita para un guion de cine, vivimos aquellos minutos. Llegamos al hotel  pasadas las 10 de la noche de ese día invernal en Pachuca. Entramos por la puerta principal, saludando al guardia que custodiaba el acceso. El lobby lucía solitario, de lejos vimos la recepción con su personal. Todo era silencio. Entonces, escuchamos voces, voces con un acento ajeno. Venían a hacia donde estábamos parados, Diego Armando Maradona y su entonces representante Guillermo Coppola. Al pasar junto a nosotros, les saludé, fui ignorado y siguieron caminando. ¡Diego, eres el más grande! . Es lo que un burdo impulso me llevó a decir. Maradona volteó, se acercó, sonrió.  ¿Dónde firmo? Tímidamente extraje el boleto de entrada al partido de esa jornada. Después cruzamos algunas, palabras, hubo risas, abrazos. Descansa en paz Diego.

ACLARACIÓN                                                
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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