Hace unos días un hombre recorría las calles del Centro Histórico en la Ciudad de México. Desde una vecindad en República de Cuba transportaba unas cajas sobre un “diablito” con dirección a República de Chile. En el trayecto tambaleó y dejó caer la carga, tras lo cual volvió a su punto de partida. Un segundo hombre se acercó al sitio del incidente para supuestamente recoger lo volcado, pero oficiales capitalinos advirtieron el hecho y arrestaron a este sujeto al identificar que eran cuerpos desmembrados lo que había en las cajas. 

Un par de niños mazahuas, Héctor y Alan, fueron las víctimas de uno de los crímenes más atroces de los que podría hablarse en este país de no ser porque a fuerza de repetición nos hemos extirpado la capacidad de asombro, de empatía, de sentir el dolor ajeno, en fin: de expresar humanidad.

Como suele ocurrir en estos casos, ante la difusión de la noticia y el siempre fugaz interés de la opinión pública, autoridades echaron a andar su maquinaria de investigación que ya pronto arrojó resultados. Hasta el momento hay dos hombres detenidos; a saber, la persona que dejó caer los restos en plena vía pública, Baltazar “N”, además de quien acudió al sitio para presuntamente intentar enmendar lo sucedido, Edgar “N”.

Resultado de las pesquisas es también que lograron identificar varios inmuebles similares en otras calles del centro (como Jesús Carranza, Manuel Doblado, Carpinteros, Panaderos, Del Carmen, República de Chile, Cuba y Brasil) que fungen como oficinas del crimen organizado, especialmente de La Unión Tepito, y desde donde planifican extorsiones y otros delitos como torturas y asesinatos que deben ser tanto o más terribles que el que nos trajo a cuenta.

Esta suposición es suspicacia del sentido común, pues faenas similares habrán sido llevadas a cabo con anterioridad o no habrían tenido la ocurrencia de hacerlo sin mayor empacho. El hallazgo de horror fue producto únicamente del descuido y la torpeza de un hombre al que encomendaron llevar una carga del punto “A” al “B”; de haber sido más hábil, los asesinatos habrían permanecido entre la penumbra en que se encuentran muchos otros, cobijados por la corrupción e incompetencia de autoridades que aparecen solo cuando no tienen de otra.

En otros sitios, en otros rincones del mundo, el hallazgo de los cuerpos de Héctor y Alan habría provocado sonoro escándalo, destitución de funcionarios, investigaciones profundas; aquí, donde nos tocó vivir, en cambio, la violencia irrefrenable es cosa de todos los días y lo peor es cuando hace costumbre.

Lo anterior ocurrió la semana pasada. Los titulares al respecto comienzan a desvanecerse entre la violencia más reciente así como las respuestas de autoridades. Apenas este lunes el periodista Israel Vázquez fue asesinado mientras, como parte de su labor, cubría el hallazgo de restos humanos en Salamanca, Guanajuato. Es de todos los días.

ACLARACIÓN                                               
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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