“Siempre había una minoría que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que tenía miedo de la oscuridad, miedo del futuro, miedo del presente, miedo de ellos mismos y de las sombras de ellos mismos”, Ray Bradbury, Crónicas marcianas.

Maïmouna Doucouré, directora francesa, realiza Mignonnes (Cuties), Netflix anuncia la incorporación a su catálogo con un cartel, un avance y una descripción que alarman a miles, acaso millones, por advertir promoción de la pedofilia, por lo que exigen al rey del streaming cancelar su exhibición y llaman a censurar, incluso destruir la cinta. 

Al reclamo en redes sociales se incorporan más y más usuarios que ven en la película prueba inequívoca del fondo moral en el que se encuentra la sociedad actual, juicio que echó cimientos en solo una descripción y un póster que, por cierto, vuelven viral para decir que la imagen ahí contenida es una aberración y debe verla nadie. Mientras tanto, la mayoría de los inconformes desconocen la cinta pues aún no se estrena.

La ópera prima de la directora francesa tiene ya reconocimientos. Aparecen apologías que llaman a ver la obra antes de encender las hogueras. Argumentan que su discurso es antípoda de lo que la manipuladora reseña en Netflix permite vislumbrar, pues, aseguran, critica la sexualización precoz que germina por montones en la cotidianidad de redes sociales. Al respecto, el gigante de internet ya pidió disculpas por la elección de los promocionales y los modificó. 

No obstante, el daño (¿beneficio?) está hecho. En YouTube el tráiler de la película tiene ya un millón de “dislikes”. La polémica ha despertado el interés y aunque cientos de miles de personas exijan a Netflix la cancelación del filme, probablemente la compañía solo se frota las manos por haber conseguido tamaña publicidad. Seguramente no retrocederá en su intención de exhibirlo y las cifras por reproducciones aumentarán con velocidad notable.

Mientras el titán del entretenimiento a la carta cosecha el fruto de garrafal gazapo o mezquina estratagema, la sociedad contemporánea viaja en el tiempo a cuando piras de libros iluminaban noches de censura, muchos de ellos ni siquiera leídos, pero bastante temidos por letras que el poder, las mayorías, o ambas, imaginaban peligrosas. Afrenta sinvergüenza contra la pacífica vida de mentes aletargadas por la costumbre y la pereza, agazapadas por el temor. 

En tiempos de Twitter e irascibilidad volátil, exigir la desaparición de una obra sin conocerla, echarla a la pira sin más reparo, sin oportunidad de ponerla a andar entre neuronas, puede solo contribuir a la ilusión frágil de quienes, dice Ray Bradbury en Fahrenheit 451: tienen la sensación de que piensan, la impresión de que se mueven sin moverse.

ACLARACIÓN                                           
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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