El Covid-19 es la mayor amenaza para la salud, la estabilidad, la economía y la paz en el planeta desde la Segunda Guerra Mundial.

Esta enfermedad se originó en animales, llegó a nosotros a finales del año pasado, a través de un primer contagio en China y, por lo mismo, es relativamente poco lo que sabemos de ella.

Sabemos que entre el contagio inicial y la manifestación de síntomas pasan dos semanas; que en 80 por ciento de los casos comprobados, provoca reacciones que, si bien pueden ser fuertes, no ameritan hospitalización; y que en 20 por ciento que sí la requiere, uno de cada cuatro terminará en terapia intensiva, con probabilidades de fallecer.

En un inicio, se pensaba que el nuevo coronavirus provocaba infecciones en las vías respiratorias.  Hoy sabemos que, además, daña corazón, riñones, sistema digestivo y sistema neurológico.

Aunque los grupos de riesgo son las personas adultas mayores o con condiciones de preexistentes como diabetes, el Covid-19 ataca a personas jóvenes y sanas, e incluso se presenta en niños, que originalmente se pensaba, eran inmunes.

Una de las mayores complejidades del nuevo coronavirus son sus mecanismos de transmisión.  Existe una gran cantidad de personas que portan el virus, pero que, al no presentar síntomas, sin saberlo lo transmiten, aumentando las tasas de contagio.

Para darnos una idea de lo que esto implica, en Estados Unidos afirman que cinco de cada seis portadores del virus son asintomáticos o presentan síntomas muy leves; y un análisis realizado por investigadores de la Universidad de Gotinga, en Alemania, estima que, a nivel mundial, solo hemos contabilizado seis por ciento de los casos totales.

Sigue investigándose por qué unas personas no presentan síntomas y otras enferman gravemente; y por qué ningún grupo de edad es inmune a la enfermedad. 

Hay dos hipótesis: la primera, que hay predisposiciones genéticas; la segunda, que la intensidad de contagio depende de la intensidad de transmisión, esto es: el contagio será más intenso si hay contacto directo con un enfermo, y menos intenso si el contacto es con una superficie contaminada. 

Lo más importante, es que al ser una enfermedad que hasta hace cinco meses no se conocía, no existe cura o vacuna, y ninguna de las dos estará lista pronto.

Por ello, los gobiernos del mundo, sin excepción, han impuesto medidas de restricción a la movilidad, cerrado la mayoría de los negocios, y ha pedido a sus poblaciones permanecer en casa.

Esto nos lleva a la dimensión política del Covid-19. Una de las razones por las que esta enfermedad se convirtió en una pandemia, ha sido la ausencia de una respuesta internacional. Por el contrario, cada país ha hecho lo que ha podido, sin seguir una directriz única y, en no pocos casos, atacando a China por haber sido el origen de la enfermedad.

Es cierto que en un inicio China minimizó la enfermedad e incluso reprendió al Dr. Li Wenliang, el primero en darse cuenta de que estábamos ante algo nunca visto, y que tristemente, falleció por Covid-19. 

Los días que perdió China ocultando los brotes, terminaron siendo determinantes para que la enfermedad se propagara como lo ha hecho.

También es cierto que el gobierno chino rectificó, selló la ciudad de Wuhan y la provincia de Hubei, que concentraban los brotes, y a la fecha ha mantenido a raya los contagios nuevos.  Además, los avances científicos para entender el virus y tratar la enfermedad, han sido posibles gracias a que China ha compartido información y experiencias.

Occidente ignoró lo que pasaba y siguió adelante como si nada. A mediados de enero aparecieron los primeros contagios en Europa y Estados Unidos, con las consecuencias que conocemos. De los tres millones de casos contabilizados, un tercio están en Estados Unidos, y cinco países europeos (España, Italia, Alemania, Francia, Reino Unido) representan otro 30 por ciento.

Lo que ha pasado en Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, es increíble, pero se explica por la actuación del presidente Trump quien, en vez de asumir su responsabilidad como líder del hemisferio occidental, primero minimizó la enfermedad. Cuando entendió el tamaño del impacto, culpó a China de lo ocurrido, y a la OMS le quitó el fondeo, acusándola de colusión con ese país.

Hoy, que su reelección está en riesgo, presiona para que la economía (que es su legado) vuelva a funcionar, y en su desesperación por que el virus se vaya, recomendó a la población, entre otros disparates, tomar cloro como remedio médico.

El Covid-19 va a estar con nosotros durante muchos meses, quizás más de un año. Hay que acostumbrarnos a esa realidad y prepararnos para su impacto económico y social.

En mis próximas colaboraciones, abordaré con detalle cuáles serán esas consecuencias y cómo pienso que puede ser el escenario para el mundo, para México e Hidalgo.

Mientras tanto, hagamos caso y quedémonos en casa. Es la única forma de cuidar lo que es nuestro.

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