Cada vez que tengo una conversación con alguien que esta pasando por momentos difíciles y en mis propias tempestades procuro dar dos opiniones, la primera es recordar que siempre tenemos personas en nuestro mundo que nos quieren, nos admiran o simplemente para quien somos importantes, o incluso necesarios, por lo tanto, se requiere ser la mejor versión de uno mismo que se pueda, para ser  buen padre, buen hijo, buen hermano, buen amigo, buen vecino, buen jefe, buen amante o el rol que nos toque desempeñar en su vida.

La segunda postura que siempre comento es hacer el supuesto de tener que aconsejar a la persona que más queremos y cuestionarnos que le diríamos si estuviera pasando por lo mismo que nosotros estamos pasando en ese momento, casi siempre la respuesta es inmediata  y tendiente a hacer aquello que nosotros no tenemos el valor de hacer.

Como seres humanos podremos estar llenos de defectos, no ser los mejores, vivir en ansiedad, en enojo, podemos estar en baches y desolación, pasar por etapas de crisis, sentirnos perdidos, o simplemente creer que no somos felices, se nos olvida que la vida y todas estas emociones dependen de nosotros.

La felicidad entonces no es vivir en perfección, es encontrar la fuerza en el perdón, es aceptar cada problema como se acepta un regalo, por lo bueno que dejará, es aprender, valorar, reconocer, crecer, es conquistarse a uno mismo, tomar el control de nuestra historia, es encontrar la esperanza, agradecer cada mañana, formar carácter, escuchar y liberar.

Es amar con seguridad, decir un te necesito o un te amo sin temor, es ser cariñoso, mimar, tener momentos con aquellos que queremos, aunque y a pesar de que a veces nos hieran, nos hagan enojar o nos desesperen.

¿Conocen esa sensación llena de ímpetu y valentía, esa carga de poder que se siente cuando se comienza algo nuevo?  La felicidad tiene una gran dosis de entusiasmo por la vida, construida con paciencia, tolerancia y serenidad, empezar las veces que sea necesario, reconocer los errores y pedir perdón.

Invertir en uno mismo, convertirse en amante de la alegría, en amigo de la sabiduría, en cómplice de la inteligencia, permitir a nuestro yo vivir en libertad, jamás desistir de nosotros mismos, de quienes amamos ni de la felicidad, jamás olvidar que somos nuestra mejor inversión por nuestro bien y los que nos rodean.

 

ACLARACIÓN
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *