Estamos en los días santos, viviendo el segundo día que es uno de los más importantes del cristianismo. Quienes somos creyentes y seguidores de algún credo de esta corriente religiosa, estos días toman un sentido de mayor reflexión. Hoy te invito a reflexionar en torno a la fe y la diversidad sexual. El no ser heterosexual o vivir con una identidad de género distinta a la de nacimiento, no impide que una persona no pueda tener apego o fe a una religión.
Aunque pareciera que religión y diversidad sexual sean conceptos antagonistas, no es así. Existen diversos grupos de personas que buscan armonizar estos temas, incluso se han creado iglesias en donde se celebran cultos de distintas denominaciones religiosas para personas de la diversidad sexual. Pese a que el catecismo o las bases ideológicas de los credos limiten la participación de las personas no heterosexuales o transgénero, estas buscan ser respetadas dentro de los espacios religiosos, no por capricho, sino por derecho “divino”. ¿Cómo puede alguien negarle a otra la posibilidad de acercarse a una idea de divinidad y fe?
En general, ninguna religión en América Latina ve con buenos ojos a la comunidad de la diversidad sexual, por considerarla inmoral y promotora de valores que buscan deformar la familia “original” y la sociedad. Pues obviamente el narcotráfico, la pobreza y la corrupción hacen todo menos desgastar el tejido social. Sin embargo, han existido discursos en los últimos años que parecieran una luz en medio de las tinieblas, que dan un respiro a quienes conservan su fe religiosa en torno a algún credo.
Por ejemplo, el Papa Francisco, siendo el máximo líder de la Iglesia Católica, ha expresado en distintas ocasiones, que a las personas homosexuales se les debe respetar y se ha dirigido a estas diciéndoles que su orientación no demerita su dignidad como personas, por lo tanto no deben sentirse, ni permitir que los discriminen. Su mensaje llamó la atención, en especial a los grupos más conservadores de la sociedad, quienes, excusándose de la religiosidad, excluyen, discriminan y agreden a quienes viven bajo otros ideales. En pocas palabras: si te dices ser cristiano, ser homofóbico no está bien.
A manera de anécdota, en un viacrucis de hace algunos años, una pareja de dos hombres iba participando del recorrido que iba haciendo el grupo que interpretaba la Pasión de Cristo en las calles de mi municipio. Ellos iban tomados de la mano, a veces abrazándose, pero siempre atentos a lo que sucedía en el trayecto. Nunca fueron molestados de forma directa, nadie les pidió que se salieran de la procesión o que dejaran de tomarse de las manos, como se ha denunciado en diversas ocasiones por personas que han sido intimidadas por extraños cuando son vistas con sus parejas de forma pública. No fue la ocasión, ellos pudieron llegar a la culminación de la celebración con la misma fe que el resto. Quizá no faltó la mala mirada de alguien o un susurro indiscreto, pero nadie les negó la oportunidad de vivir su fe en un día tan importante.
No en todos los credos es igual, en otras iglesias, cuando saben que un miembro es homosexual o transgénero, lo hacen reprimir sus sentimientos con dudosas prácticas como los ECOSIGS o son excomulgados de dichas iglesias por considerarlos inmorales. Provocando una desunión dentro de sus familias, pues son los líderes de iglesia quienes orientan a los padres a cómo manejar esas situaciones, y sin el lugar de dar un mensaje de respeto e integración como el Papa Francisco, se encuentran con un discurso de odio y discriminación, la joven o joven se tiene que enfrentar a un ambiente hostil.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
