Impulsada por la idea de que mis escritos lleguen a la persona adecuada en el momento adecuado e influenciada por la canción de fondo que tengo en estos momentos, “la familia, la propiedad privada y el amor” quiero hablar de los compromisos y convencionalismos sociales, morales, de la educación, de las generaciones, de las costumbres y de aquella frase que retumba en mis oídos desde hace unos años, una frase que en un momento de cuestionamiento en la vida, hice con afán de protesta.

Hemos sido educados en la idea que debemos ser moralmente correctos, que debemos de cumplir con ciertos patrones para lograr la felicidad deseada, debemos poner nombre a cada uno de nuestros actos, juzgar lo opuesto, crecer bajo un comportamiento digno de damas y caballeros, princesas y príncipes, tener pareja,  saber llevar un hogar, ser un buen partido, dejar pasar un tiempo adecuado y formalizar la relación, casarse,  tener hijos, jugar a la casita,  trabajar por ellos, dejar un patrimonio, convertirse en señor y señora, ser agradecidos, y podría llenar estás páginas de ideas aparentemente concretas de lo que representa para nuestra cultura el estar bien y por supuesto no olvidar el tan ansiado y prometido vivieron felices para siempre.

El problema empieza cuando todas esas expectativas no te satisfacen, cuando por respetar un compromiso moral, por seguir un patrón pre impuesto, tu vida se gasta minuto a minuto, cuando  se derrumban los sueños, y te ves inmerso en una vida que no quieres, cuando como chispa de esperanza te encuentras un amor sin papeles, sin ley, cuando un viaje, un amigo, una comida te llenan más que una rutina, cuando un proyecto te da para vivir, aunque no te garantice la estabilidad de un trabajo tradicional, entonces  tienes que luchar contigo mismo para aceptar, para olvidar lo aprendido hasta ahora y enfrentar los miedos a lo que no te enseñaron, darte la oportunidad de  que siglos y siglos de tradición  choquen contra la pared de tu realidad.

Y es justo ahí temeroso,  completamente indefenso y vulnerable, te ves en la necesidad de tomar decisiones, tu felicidad, a cambio de los convencionalismos,  del que dirán, romper tus patrones y tomar las riendas de tu vida, ahí hago uso de mi frase: ” Si ya se tuviera la receta infalible para la felicidad todos seríamos felices”, lo cierto es que muchas de las personas que viven como lo marca el libro, no son felices,  por el contrario se aguantan  como si la vida fuera un castigo, se aferran a cumplir una palabra, a respetar un compromiso, y los observas apagarse día con día, perdiendo su esencia.

Silvio Rodríguez, Marx y Engels, entre muchos otros, han hablado del tema estableciendo un vínculo necesario entre la familia, el capital y el Estado, uniendo sus destinos en la fatalidad, haciendo una relación directamente proporcional de la necesidad de mantener a los individuos controlados, generando proveedores, de mantener un orden aparente en donde se castren los individualismos y la libertad, entonces surge la misma idea de siempre, ¿y sí?  Me arriesgo, lo intento, si lo disfruto, si aprendo lo que es el amor, lo que es la pasión, lo que es vivir.

Copio unas líneas que llegaron por mis ojos directo a mi corazón, y que dicen: Hoy no sé qué pasará en el futuro, pero si se lo que quiero y deseo; no sé dónde vaya a estar más adelante, pero sí sé dónde quiero estar, pienso que sería mejor vivir intensa, real y apasionadamente por un breve tiempo, que mil años sin sentir&

Así que como gorda en tobogán, si quiero, si puedo y si lo voy a hacer.

ACLARACIÓN
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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