Vivir en una sociedad rodeado de otros seres humanos nos convierte en seres vulnerables a las tendencias, a la moda, a las reglas y parámetros sociales, facilita el convertirnos en esponjas de emociones, cada vez que llegamos a un sitio deseamos buscar el común, la empatía, seleccionamos en cuestión de segundos aquellas personas con las que podremos entablar algún tipo de relación para bien o mal, derivado de esto es fácil ser manipulados en masa, dejarnos llevar e incluso autoconvencernos de querer aquello que la mayoría quiere.
Aprovechando esta situación es fácil para algunas marcas y gobiernos, crear necesidades, educarnos incluso en como se debe sentir, imponernos nuestras metas y aspiraciones, en generaciones anteriores era tan marcado esto que menciono que solo se veía y entendía el mundo a través de la televisión, por imitación las personas debíamos reaccionar dramáticamente ante las vicisitudes de la vida, así como se supone debía ser, por lo que cuando un sentimiento real llegaba a tu vida y no coincidía con lo aprendido o enseñado empezaba la frustración y ni que decir de la necesidad de matar impulsos que no vayan acorde con lo pre establecido incluso en contra de nosotros mismos, de nuestra paz, de nuestra felicidad y de nuestra vida.
Ha sido un largo viaje el que hemos hecho para convencernos que el cumplimiento al pie de la letra de los convencionalismos sociales no garantiza la felicidad, apenas estamos tocando la puerta a la verdadera empatía, a la exploración de emociones, al entendimiento del universo, nos esta costando mucho dejar de señalar a las personas que actúan diferente, respetar las decisiones de los demás, apenas empezamos a descubrir nuestras alas, hoy en día como especie apenas abrimos los ojos a entender que somos una red conectada en su totalidad cuya consciencia depende de la fuerza creada por todos, una fuerza aún incontrolable e inexplicable para algunos e inexistente para otros.
Dejar para después la evolución es como la teoría de la felicidad aplazada de quienes dan por hecho un futuro incierto, dejar para después un cambio de actitud, un primer paso, un granito de arena es igual de contagioso que la tristeza, el enojo, una sonrisa o la felicidad, la pregunta es ¿qué manzana queremos ser?, aquella que contagie lo podrido o la que se mantiene fresca, porqué no ser aquellos elegidos para demostrar al mundo que si se puede, aquellos destinados a sentir, vivir, vibrar, crear, creer, aquellos que descubramos el vuelo, aquellos sin vendas en los ojos, seamos una epidemia de igualdad, respeto, amor, empatía, sensibilidad y libertad, seamos portadores de serotonina, podemos empezar con el sencillo paso de sonreír, segura estoy que ese habito infantil que como adultos vamos perdiendo mejorará nuestros días poco a poco hasta convertirse en una medicina para el alma.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.
