El año pasado una persona me platicaba, emocionada, sobre la inminente caída del capitalismo provocada por el palpable despertar de conciencia de los seres humanos en general, y de las clases menos favorecidas en particular. Las manifestaciones sociales en varios países de América, Europa y Asia, consideró, son la antesala del desmoronamiento de un sistema abusivo que ya no da para más.

Sin embargo, cuando me preguntó si estaba de acuerdo y volteó a verme con la expectativa de encontrar réplica a su augurio en mi respuesta, no pude sino recurrir a la honestidad y decirle que soy más bien escéptico al respecto, pues desde mi punto de vista el capitalismo posee una magnífica capacidad de adaptación, además de probada habilidad para engullir, empacar y poner en aparadores cualquier forma expresión en su contra.

Recientemente me topé con un artículo en el que un analista (a quien me encantaría citar pero cuyo nombre no puedo recordar) mencionaba que los movimientos sociales que estallaron en 2019 carecían de un elemento indispensable para constituirse como la semilla de posibles movimientos verdaderamente revolucionarios: una propuesta.

En México hubo notable entusiasmo por movilizaciones sociales gestadas en Sudamérica, especialmente las de Chile y Perú. En casa fue popular la manifestación por el quinto aniversario de la desaparición de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa, pero fueron las protestas feministas las que generaron mayor reacción, tanto a favor como en contra, por parte de los paisanos. Los entusiastas comenzaron a percibir en este ambiente de inconformidad expresa los primeros pasos para el derrumbe del sistema que Marx desmenuzó a mediados del siglo XIX pero cuyo vaticinio de colapso erró ya por varias décadas, las cuales seguramente continuarán acumulándose.

Muy a mi pesar, creo que el auge de los movimientos del año pasado ha disminuido y continuará así durante 2020 hasta convertirse en recuerdo de memoriosos. La concreción de una agenda verdaderamente transformadora no formó parte de las revueltas, además que los ciudadanos que respaldaron desde redes y en espíritu los reclamos, algunos de los cuales se incorporaron después a otras protestas, tampoco rebasaron los límites de pliegos específicos que limitaron sus alcances y concentraron el esfuerzo en peticiones de resolución inmediata que hacen al capitalismo lo que el viento a Juaréz (frase tan popular últimamente).

Considero nuestra incapacidad para pensar y plantear una nueva forma de vida el principal obstáculo para presentar real amenaza al capitalismo voraz. ¿Cómo podremos siquiera imaginar todo un sistema socioeconómico cuando el mundo se nos viene encima si nos quitan las bolsas de plástico?

En el ánimo del momento millones de seres humanos estamos preocupados (real o en apariencia) por el futuro de la especie y del planeta en que vivimos. Tal solo durante los últimos días Australia ha sido el principal receptor de la buena vibra mundial debido a los incendios que han aniquilado a buena parte de la biodiversidad de ese país. Pary for los koalas.

Los daños al medio ambiente son causados principalmente por el sistema de producción capitalista que promueve el consumismo para generar mayores ganancias. Los volúmenes de contaminación producidos por este binomio son tenebrosos. Las pruebas de este exceso son palpables ya no digamos en Oceanía, sino en la esquina. Las calles acumulan montones de desperdicios que salen de nuestras casas para terminar quiensabedonde.

¡Va a caer, el capitalismo va a caer!, coreaban en más de una manifestación, pero si no podemos pensar nuestra realidad fuera de lo que estamos acostumbrados, si nos llega el apocalipsis porque somos incapaces de buscar otra forma de cargar los jitomates o las caguamas, ni hablar de reclamar a gobiernos y empresas para regular sus procesos, nomás no veo cómo.

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