Tenía la intención de escribir esta semana una especie de oda a una de las tradiciones más representativas de México, una que me es particularmente entrañable por el arraigo que tiene en mi familia y las actividades que la han rodeado desde que tengo memoria; pero hablar de muertos en este país, así, con ganas y los dientes pelados por los recuerdos, parece una falta de memoria y consideración que nos es innecesaria.

En Hidalgo, hace un par de días supimos del asesinato de Lorena Berenice, ayer el de un estudiante de 16 años. Días antes hubo otros casos, otros cuerpos con otros nombres que seguramente familiares aún llaman entre sollozos, rezos y lamentos, entre furia y lágrimas, entre el desconcierto y la desesperanza.

Mientras tanto, las autoridades hacen como que hacen y prefieren arrojar la papa caliente y repartir culpas. Ayer, el secretario de Seguridad de Hidalgo dijo que el ayuntamiento de Pachuca cometió un error grave en el caso, al permitir que bares incumplan el reglamento, el cual indica que deben cerrar a las dos de la mañana; esto, en referencia a que Lorena Berenice salió de un bar alrededor de las 3:00 horas; claro, porque este tipo de tragedias únicamente ocurren pasadas las dos (?). 

El asunto aquí es que ni autoridades estatales ni municipales y aun las federales, han sido capaces de evitar que este tipo de casos sigan ocurriendo. Además que ninguna tiene la consideración mínima de reconocer la parte de responsabilidad que les corresponde por la creciente y palpable inseguridad en todo Hidalgo. Mientras, a la vieja usanza, les encanta repartir entusiastas cifras y porcentajes en los que prefieren refugiarse en vez de levantar la cara y reconocer que las cosas no marchan bien.
 
Por otra parte, la tragedia de Lorena revivió el viejo pero persistente discurso de que las víctimas son responsables de lo que les ocurre. En este caso, menudearon los señalamientos en redes sociales que criticaron a la joven por andar de madrugada en las calles, por estar en un bar, por irse con otra mujer y a sus padres por “permitirle” todo lo anterior. Subyace, pues, la idea de que para que las mujeres no sean asesinadas deben permanecer en sus casas, no salir ni divertirse y evitar todo contacto con cualquier persona que no sea un pariente cercano. Claro, porque todos los feminicidios y agresiones son perpetrados por extraños en sitios públicos y por las noches (?).

Por una vez podríamos no pretender superioridad moral ni evadir responsabilidades. Reconocer, sin demora ni pretexto, que todos, autoridades y ciudadanos, hemos construido un mundo hostil y violento cuya mejora nos corresponde. Por una vez dejar de hablar y empezar a hacer. Porque ya no queremos más muertos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *