Cinco son las heridas que experimentamos en la infancia. Cinco las máscaras que utilizamos para ocultarlas. Rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia. Estas heridas se generan durante los primeros años de vida, a partir de interpretaciones y significados que atribuimos a situaciones en nuestra niñez; y que están directamente relacionadas con la experiencia de aprendizaje que elegimos para nuestra experiencia humana.

Identificar nuestras heridas nos permite observarnos, reconocernos y, a la luz de la consciencia, caminar por un proceso de sanación y crecimiento personal. Te comparto una breve reseña de cada herida y su máscara, descritas en “Las cinco heridas que impiden ser uno mismo”, de Lise Bourbeau. Deseo que este texto sea el anzuelo que te lleve hacia un profundo viaje de autoconocimiento. 

Herida de rechazo. Máscara del huidizo.
Esta herida surge a través de la relación con el progenitor del mismo sexo. Puede darse en casos de bebés no deseados o cuando los padres deseaban un hijo del sexo opuesto. Son personas que se perciben a sí mismas como inexistentes o carentes de valor. Muestran desapego a lo material, buscan la soledad y recurren a diferentes medios para huir y deslindarse del mundo. Huyen al “reflector” o la mirada de los demás. Se sienten incomprendidos. Parece que siempre están “en la luna”. Su mayor temor es caer en pánico. Los huidizos, al experimentar el rechazo, se aíslan y se sienten fragmentados; cuando alguien los juzga, lo interpretan como rechazo. No conciben que alguien pueda elegirlos o amarlos; porque no sienten que lo merezcan. Su cuerpo es delgado, angosto, como si no hubiera terminado de crecer, contraído o con la piel pegada al hueso. Sus ojos son pequeños, atemorizados y la mirada perdida. Utilizan con frecuencia palabras como: “nada”, “inexistente”, “desaparecer”. Presentan pérdida de apetito, ingieren porciones pequeñas. Para huir, consumen azúcar, alcohol o drogas. Tienen predisposición a la anorexia y enfermedades de la piel.

Herida de abandono. Máscara del dependiente.
Surge por la relación con el progenitor del sexo contrario. Se da a partir de situaciones en las que los padres se ausentaron por largos periodos, el hijo se perdió momentáneamente o dejaron de prestarle atención, por ejemplo, por la llegada de un hermano. Son personas que tienen dificultad para hacer o decidir solos y para aceptar un “no” o el final de una experiencia agradable. Piden consejos antes de tomar decisiones (sin seguirlos necesariamente), pues lo que buscan en realidad es el apoyo en los demás. Desean y presumen tener independencia, sin embargo, su mayor temor es a la soledad. Por ello, son capaces de aceptar situaciones que no les agradan antes de experimentar el abandono. Ayudan a los demás para recibir reconocimiento. Disfrutan mucho el sexo y éste tiene un significado relevante. Su cuerpo es largo, delgado, sin tono muscular, piernas débiles, espalda encorvada y zonas del cuerpo caídas o flácidas. Sus ojos son grandes y tristes, con una mirada que atrae. Utilizan palabras como: “solo”, “ya no aguanto más”, “ausente”. Dramatizan y lloran frecuentemente al hablar de sus emociones. Sienten la necesidad de presencia, atención y apoyo en todo momento. Tienen buen apetito y comen despacio; y pueden caer en bulimia.

Herida de humillación. Máscara del masoquista. 
Esta herida está relacionada con el progenitor que se hizo cargo del desarrollo del niño. Sienten humillación debido al control de dicho progenitor. Experimentaron situaciones en las que se sintieron avergonzados, como ensuciarse y ser reprendidos en público. Se las ingenian para hacerse daño o castigarse antes de que alguien más lo haga. Se sienten responsables por lo que le sucede a los demás. No tienen límites, son hipersensibles y sabotean su libertad. Pareciera que tratan de hacer todo por los demás, pero en realidad se crean limitaciones y obligaciones. Se colocan en situaciones donde se burlan de ellos mismos o son el “bufón” de otros. No les gusta ir de prisa. Sufren vergüenza en el plano sexual. Su mayor temor es la libertad y llevan la carga emocional sobre su espalda. Su cuerpo es grueso, de talle corto, cuello abombado y rostro redondo. Sus ojos son grandes, redondos, abiertos e inocentes. Utilizan palabras como: “merecer”, “ser digno”, “pequeño” y diminutivos. Ingieren alimentos ricos en grasas o chocolate; y sienten pena al comprar o comer golosinas.

Herida de traición. Máscara del controlador.
Surge por la relación con el progenitor del sexo opuesto y está vinculada con el complejo de Edipo. Viven situaciones en las que dicho progenitor traicionó su confianza o no cumplió una promesa. Valoran la lealtad, la fidelidad y el compromiso. Hacen todo por ser personas responsables, fuertes, especiales e importantes. Detestan que no confíen en ellos y su reputación es muy importante. Sin embargo, mienten fácilmente, son manipuladores y seductores. Tienen problemas para delegar y confiar. Están convencidos de que siempre tienen la razón, sus creencias son firmes y tratan a toda costa de convencer a los demás. Son impacientes e intolerantes. Se las ingenian para no participar en situaciones conflictivas o donde pueden perder el control. Ayuda a los demás para evitar ser traicionado. Su cuerpo muestra poder y fuerza. Los hombres son de espalda ancha y las mujeres de caderas amplias. Su mirada es intensa y seductora. Utilizan con frecuencia palabras como: “soy capaz”, “lo sabía”, “¿me entiendes?”. Su mayor temor es la separación. Tienen buen apetito, comen rápido y condimentan su comida. Tiende a padecer enfermedades que terminan en “itis”.  

Herida de injusticia. Máscara del rígido.
Surge por la relación con el progenitor del mismo sexo, quien pudo ser percibido como frío, severo o intolerante. Experimentan situaciones donde recibieron menos o más de lo que creían merecer. Tienen necesidad de ser la estrella y mostrarse perfectos, ocultan sus emociones y difícilmente piden ayuda. Les gustan las explicaciones claras y precisas. Son perfeccionistas, pueden sentir envidia y creer que la provocan en los demás. Procuran la justicia, honradez y exactitud a toda costa. Su tono de voz es seco y tenso. Se exigen mucho, les gusta el orden y son duros con su cuerpo. Sienten miedo a engordar o tener un vientre abultado. Su mayor temor es la frialdad. Son personas cuyo cuerpo es erguido y perfecto, bien proporcionado. Su mandíbula es firme y su cuello tieso. Sus ojos tienen una mirada brillante y viva. Utilizan con frecuencia palabras como: “no hay problema”, “siempre/nunca”, “exactamente”, “seguramente”, “¿estás de acuerdo?”. Tienden al agotamiento, estreñimiento, insomnio y problemas de la vista.

Identificarte con una o varias heridas, demanda un ejercicio de introspección que muchas veces puede estar nublado por el ego, el cual, nos impide reconocer en nosotros mismos estas características. De ser así, puedes apoyarte preguntando a quienes te rodean si las ven en ti. Entre más coincidencias encuentres, quiere decir que la herida es más profunda. 

Te sugiero leer los dos libros de Bourbeau para ampliar en estas descripciones y así iniciar la sanación de tus heridas y la transformación de las máscaras que hasta ahora te han mantenido en situaciones dolorosas que se repiten una y otra vez: “La primera etapa para sanar una herida radica en reconocerla y aceptarla sin estar necesariamente de acuerdo con el hecho de que existe. Aceptar una herida significa mirarla, observarla detenidamente y saber que tener situaciones que resolver forma parte de la experiencia del ser humano”. 

Si eres líder o empresario, este conocimiento resulta de gran utilidad para establecer relaciones asertivas con tu equipo de trabajo y diseñar estrategias de relacionamiento y motivación apegadas a los intereses, valores y miedos que experimentan. Recuerda que, elevar el nivel de consciencia hacia el interior, es como encontrar el instructivo para amarte y amar a los demás.

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Lectura imprescindible: 
La sanación de las cinco heridas. Lise Bourbeau. Editorial Sirio.

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