¿Hace cuánto no tienes tiempo libre y lo usaste para tumbarte en cama y mirar el techo? Me preguntó una amiga luego de escuchar con notable paciencia el monólogo que escupí en la sobremesa sobre las complejidades de la vida moderna, sus apretadas agendas, innumerables actividades y responsabilidades en espera; esto, mientras le decía que había olvidado cuándo fue la última vez que cesó el tic en mi ojo.

Al principio pensé que el cansancio y mis quejas eran parte de mi inclinación natural al dramatismo y la recurrencia de ahogarme en un vaso de agua, pero en otra charla que pretendía ser de café, una amiga distinta se descosió hablando de sus preocupaciones generadas principalmente por la falta de tiempo para terminar todas y cada una de sus tareas, no solo laborales y escolares, sino también sociales y familiares. Previo a la sesión de catarsis, aprovechó un instante de lucidez entre la cotidianidad del caos mental para decidir que era necesario cambiar el café por cerveza y terminamos discutiendo por qué Bronco es mejor grupo que Los Temerarios. Ambos volvimos a casa de buen humor, que finalmente es el objetivo de salir a contar tus preocupaciones a los amigos.

El tiempo es uno de los principales valores y anhelos de la época moderna. Debido principalmente a que, como suele ocurrir con muchas otras cosas en el mundo capitalista: escasea. “El tiempo es dinero”, dicen los emprendedores justo antes de recomendarte a Jerry, el coach que les mostró el camino para dejar de desperdiciar sus segundos e invertirlos en un proyecto que los llevará a la jubilación a los 32; aunque ya tengan 39. 

“El tiempo no vuelve”, también es dicho frecuente. Así que andamos por ahí con miedo a no desperdiciarlo y buscamos la forma de arañar minutos al día, pa” que rinda, como si fuera jabón lavatrastes. La bronca es que el tiempo que conseguimos fuera de las ocupaciones que irremediablemente deben hacerse, como cumplir con las rigurosas horas sentado frente a la computadora en la oficina, lo utilizamos para echarnos sobre los hombros un poco más de estrés, por si hace falta.

El tiempo con la familia, por ejemplo, se ha vuelto una carga más que un disfrute. “Debo pasar tiempo con la familia”, decimos con las palabras a rastras, pues no quieren salir de entre los dientes tanto como no queremos salir por la puerta para subirnos al carro o la Urvan y llegar a una comida que sobrevivimos al pensar que en algunas horas estaremos de vuelta en cama para ver si podremos dormir más de seis horas al menos una vez desde hace quiensabecuanto.

La molestia que puede ser visitar a la parentela en muchas ocasiones deriva más de falta de tiempo para hacer nada que porque en verdad sea cosa fastidiosa, aunque hay de todo en la viña del Señor, diría mi madre.

Cuando era adolescente pasaba mucho tiempo sobre la cama sin más que hacer que buscar imperfecciones en la pared. En aquel tiempo la recepción del radio en el sitio olvidado de dios en que vivía era pésima y solo podía escuchar algunas estaciones con música del recuerdo y a una señora que daba consejos sobre cómo educar a los hijos que alternaba con los mejores chismes de las celebridades del momento. Para entonces ya tenía algunos discos en el librero, pero no importa cuán bueno era para un joven de 16 el Appetite for destruction, luego de seis veces seguidas comienzas a darte cuenta que hay mejores bandas que Guns and Roses.

La época moderna “resolvió” el tiempo muerto con teléfonos de bolsillo. Pero después de unos años los psicólogos dicen que es mejor privar de ellos a niños y adolescentes pues limitan su imaginación y capacidad inventiva al brindarles una fuente constante e inacabable de satisfacción inmediata a través de internet, juegos y redes sociales. Situación que, por supuesto, es idéntica para personas adultas, pero nos gusta pensar que de cualquier forma nuestra imaginación fue aniquilada por los reportes mensuales en la oficina y nos entregamos sin empacho a la pantalla un par de horas antes de dormir; además de a la abierta hipocresía de decir a los jóvenes que nosotros sí tuvimos infancia mientras jugábamos “estop” en las calles aunque ahora pasemos más tiempo en Tinder que con los zapatos puestos.

De forma contradictoria en la modernidad no hay ocio, pero no ocio de redes sociales ni Fortnite, ocio de verdad. Del que te echa en el pasto para ver nada más que azul, del que hay en el sillón para ver una hormiga atravesar la casa. Y digo que esta situación es contradictoria porque la época moderna exige ser productivo, pero feliz. Para ello demanda el uso útil de cada minuto del día y reduce el tiempo para que puedas pensar, en ti, en nada o en por qué las canciones de Bronco son mejores que las de los Temerarios. Cosas que al final ayudan a que tu ojo deje de brincar.

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