Hace apenas unos días Yolanda Simón, coordinadora de la Casa del Migrante “El Samaritano”, en Atitalaquia, Hidalgo, denunció que la política migratoria del presidente Andrés Manuel López Obrador ha logrado disminuir el flujo de personas de otros países que carecen de documentos, especialmente originarios de Centroamérica. Argumenta que anteriormente en ese sitio de apoyo atendían hasta 500 personas diariamente, mientras que las últimas semanas únicamente a un puñado de no más de una docena.
Aunque esto podría hacernos pensar que la política al respecto ha sido acertada y debería continuar por la misma vereda, la voluntaria de El Samaritano señaló que dicha reducción obedece a un clima de hostilidad e intimidaciones hacia los migrantes que los criminaliza ante la opinión pública. Entonces, que haya menos migrantes que se acercan a casa de asistencia como la ubicada en Atitalaquia no necesariamente es indicativo de que haya menos centroamericanos en tierra hidalguense ni en otros estados del país, sino más bien que, ante las condiciones, podrían estar viajando con bajo perfil para evitar ser identificados por autoridades.
También hace algunos días, en la central de autobuses de Pachuca las empresas de transporte ADO y Estrella Blanca colocaron anuncios en sus respectivas ventanillas para informar a los usuarios que desde ese momento solicitarían una identificación a sus clientes a la hora de que soliciten boletos. En el texto justifican la medida (que ADO ya implementaba desde hace años) debido a una “contingencia migratoria”.
Autoridades podrían hacer parecer que la iniciativa pretende identificar aquellas personas que carecen de documentos y que, por lo tanto, podrían ser originarios de otros países y se encuentran de forma irregular en esta buena tierra del nopal. Sin embargo, no es tan complicado leer que entre líneas hay un intento por responsabilizar a los migrantes por la creciente inseguridad en las carreteras del país.
Los que vivimos en la ciudad del viento y el paste y viajamos con relativa o consistente frecuencia hacia la Ciudad de México sabemos que desde hace algunos años la inseguridad creció en las carreteras hidalguenses, de la capital del país y el Edomex. Tiro por viaje (no quisiera, pero hasta es literal) nos enteramos o padecemos un asalto en autobuses, especialmente en la zona del Estado de México.
El temor y la inventiva propia del mexicano nos ha hecho tomar medidas que bajo circunstancias normales parecerían absurdas, como cargar un teléfono celular señuelo, comprar monederos que parezcan cualquier otra cosa menos monederos o el viejo truco de repartirse el dinero en el cuerpo como si cada hendidura fuera un espacio para guardar billetes. Sin embargo, estas medidas que obedecen a la falta de seguridad derivaron del hartazgo de padecer robos a cada rato y desde hace mucho tiempo.
Es decir, la inseguridad en carreteras no comenzó con la “contingencia migratoria” que podríamos rastrear apenas hasta el año pasado cuando la primera caravana migrante salió de Centroamérica con destino en los Estados Unidos, acción que provocó reacciones xenófobas hasta pa” aventar que nos volvieron a recordar que los mexicanos no somos ningún pan de dios ni la nación cálida y hospitalaria que nos gusta pregonar.
No, la inseguridad empezó desde mucho antes y, por poner un ejemplo, aquí en Hidalgo las autoridades gustan de señalar a originarios de otros estados de los actos delictivos que ocurren en sus terrenos, casi siempre echan la culpa al Edomex. Es decir, todo lo malo siempre es culpa del otro, del que nació y vive al otro lado de las líneas imaginarias que llamamos fronteras, sean nacionales o estatales o de cualquier otra dimensión, aun cuando esto solo sea una invención política y un evento fortuito que no representa ningún otro tipo de diferencia entre unos y otros.
Otra vez, hace algunos días, representantes del gobierno mexicano se vanagloriaron de su astucia y oficio político al evitar que Donald Trump impusiera aranceles a todos los productos hechos en México; aunque para tal cosa hayamos tenido que asegurarle al vociferador mandatario norteamericano que atenderíamos la “contingencia migratoria” de este lado del río. Nos convertimos en el muro que querían, pues, y ahora el endurecimiento en el trato al migrante nos corresponde con el fin de que no se enojen los vecinos.
Mientras tanto, niñas mueren con sus padres en ríos y seres humanos suplican por ayuda en “albergues” en Tamaulipas y Chiapas. Vaya usté” a saber qué otras delicadezas nos depara la política migratoria de la Cuarta Transformación que llegó a la silla con la promesa de repartir más nada que abrazos para propios y extraños.
