Hay quienes ríen. Aquellos cuya primera reacción ante la noticia es la sonrisa. “Hallaron el cuerpo sin vida de ____”, y ríen. Sobre la pila de cadáveres en la que estamos parados se escucha (y lee): ja, ja, ja, ja&
Extraviamos la empatía. Arrinconada por el cinismo y la impotencia es lo más extraño por estos días, especialmente en redes sociales donde menudean las reacciones extremas por todo con el cobijo del anonimato; aquellas que tienen origen en las entrañas y que se expulsan sin razonamiento de por medio.
La vida es ya nada. Desapareció la capacidad de reconocernos en otros, de sentir por alguien, de entender. En cambio, tenemos la guadaña en las manos, bien afilada y presta a repartir juicios, ya no éticos ni morales, de muerte y a las primeras de cambio, ante cualquier rumor, ante la brisa más leve.
El suicidio de una persona es motivo de burla, de señalamientos y minimización: “Qué bueno. Lo merecía”. “Ay, ni es para tanto”. Señalan una única responsable: “Que se muera, ve lo que ocasionó”.
Lincharon a un hombre que trató de robar una camioneta de transporte público en las inmediaciones de la Ciudad de México, policías lo rescataron y lo llevaron detenido: “Qué lástima, lo hubieran matado ahí mismo, para que aprendan”.
Una mujer fue apuñalada decenas de veces y arrojada a un callejón. Autoridades encuentran el cuerpo maltrecho entre la basura: “Seguro andaba en malos pasos”, “quién la manda a salir de noche”, “habrá andado de puta”.
Aparecen tres cuerpos en el canal de una zona rural. Dos hombres adultos y un adolescente. Todos con el tiro de gracia en la cabeza: “Seguro eran narcos”.
Un matrimonio llegó a la comunidad a vender leña cuando inició el rumor que se esparció como las llamas que los envolvieron apenas minutos después: “Andan robando niños”. Sin dilación, titubeos, ni pruebas, habitantes los golpearon y prendieron fuego.
Alrededor, personas con pantallas al frente luchan por conservar el momento, dos cuerpos incendiándose, para verlo después, quizá durante la cena o entre los compañeros de oficina, la más tétrica forma de entretenimiento.
La muerte, cruda y de frente, no es causa más de estupor. La convertimos en motivo de burla y pretexto para para el ingenio macabro, inhumano, ¿qué otra cosa somos si desconocemos el valor del otro?
El odio se extiende y ramifica para llegar a todos los rincones. Por supuesto, es soberbio, nadie que esté dispuesto a repartir muerte y desprecio tiene la disposición para tomarse un minuto y considerar la posibilidad de estar equivocado.
