Se acerca una vez más la ceremonia de premios más afamada a lo mejor del cine internacional y con la película “Roma”, dirigida por Alfonso Cuarón y protagonizada por Yalitza Aparicio y Marina de Tavira, parece que esta industria en México está viviendo un gran momento. 

Añorando siempre el esplendor de aquella Época de oro del cine mexicano, de mitades de los años treinta y finales de los cincuenta, encabezada por los entrañables actores Pedro Infante, Jorge Negrete, Sara García, Cantinflas y Gloria Marín, por mencionar sólo algunos nombres de una larga lista, surgen y se consolidan otros con la esperanza de refrescar el catálogo de estrellas relevantes para esta disciplina. 

En los actores tenemos a Demián Bichir, Salma Hayek, Gael García y Diego Luna. En los directores de renombre a Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro y al ya mencionado Cuarón, mientras que en la fotografía está Emmanuel Lubeszki. 

La pregunta cae con la fuerza de un rayo: ¿son los anteriores personajes una muestra concreta de la actualidad del cine mexicano? En muchas de sus producciones habrá que revisar que si bien cuentan con la increíble colaboración del talento mexicano, lo cierto es que se tratan de esfuerzos internacionales, que sería injusto y poco acertado nombrarlos como productos nacionales. 

Alejados ya de este mundo de ensueño en el que hay nominaciones y premios al por mayor, la realidad que habita en nuestras salas locales es muy diferente, si bien hay un boom de películas mexicanas, distan muchísimo en calidad y originalidad.

Justo se observa un nuevo fenómeno, se están haciendo adaptaciones de películas que tuvieron una buena recepción en otras épocas y el único esfuerzo que se hace consiste en mexicanizarlas, con actores cercanos para nosotros, incorporando palabras de nuestro léxico común, en locaciones conocidas, como Acapulco o Cancún.

“La boda de mi mejor amigo”, “Una mujer sin filtro”, “Mi pequeño gran hombre”, “3 idiotas” y “Perfectos desconocidos”, son los títulos que dan cuenta de esta peligrosa tendencia.

Lo cierto es que así como las cintas multipremiadas no son necesariamente la realidad del cine mexicano, tampoco lo es éste lleno de romanticismo soso, historias rebuscadas y con los actores de la televisión, sólo que formatos más largos y pantallas más grandes. 

Los largometrajes que llegan a las salas comerciales no son el único cine que se hace en nuestro país, justo hay uno más independiente, más desconocido, pero también más original y arriesgado, que está a la espera de ser descubierto.

Por eso se extiende la invitación de siempre: hay que darle la oportunidad a los nuevos talentos, a otros nombres, congratularse de los consagrados, pero también apoyar a los que emergen, a los que se andan haciendo no sólo de un nombre también de un camino, valorar y reconocer a lo propio, sin caer en la necesidad de que sea siempre gente de otros lados los que terminan por validarlos y en la fuerza de sus juicios nos obliguen a voltear a ver a nuestros paisanos.

Aquí y ahora se está construyendo el futuro, seamos parte de él, pero desde sus cimientos, porque lo más fácil es apropiarse de algo que ya está terminado. Aplaudir cuando ya fue premiado.

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