Crecí en la Ciudad de México, en calles muy tranquilas de la colonia Independencia. Frente a mi casa había un mercado, homónimo, que aún se encuentra en su sitio, así que siempre había personas que iban y venían con mandado en mano.
En una esquina, al pie de la taquería Los Compadres, instalaba su puesto una mujer de rasgos indígenas. Ofrecía nopalitos, con y sin espinas, tlacoyos y pinole, según recuerdo. La estampa es inconfundible y evoca un tiempo mejor, que es como solemos recodar las infancias felices.
Me mude hace años, más de los que estuve ahí. Mario Vargas Llosa escribió que cuando uno deja el lugar en que creció y vuelve al poco tiempo, encuentra todo distinto, ajeno; sin embargo, cuando regresa muchos años después, el sitio le parece tal cual lo recuerda. Así que cuando paso por ahí todavía veo a la señora con su rebozo de colores y trenzas en el cabello más negro que guarda mi memoria.
La imagen es muy bella en mi mente: la calle coloreada por la presencia de una mujer que seguramente lo vivió en forma distinta a como lo recuerdo. Yo pasaba a un lado, olía y compraba el pinole que después llevaba a casa para comer frente a la televisión. Ella, mientras tanto, permanecía sentada en la banqueta durante horas y se iba por la tarde con el cansancio a cuestas hasta quién sabe dónde.
Yalitza Aparicio es probablemente la figura más reconocida en los últimos días a raíz del estreno de Roma, película del director mexicano Alfonso Cuarón que hurgó en los recuerdos y conciencia colectiva de capitalinos y mexicanos en general.
Y es que la protagonista: Cleo, nos confrontó con la vergüenza histórica de una sociedad clasista que ha relegado a los indígenas en todos los espacios públicos y privados. Desafortunadamente, en Roma no es distinto.
Una sirvienta en la colonia Roma de los 70 ejemplificó el mutismo impuesto a esas personas. Están ahí, las vemos, nos sirven, pero queremos que no hablen, que parezcan ausencia porque incomodan. Es la protagonista, pero rara vez abre la boca, como si no tuviera nada qué decir. Los hechos la atropellan. En la casa, en la calle, en la cama y frente al mar. No dice ni piensa; si lo hace, no nos interesa.
No considero la visión de Cuarón intencionalmente clasista. Me parece un ejercicio crítico a su propia posición y desde ella misma, pues pertenece a esa clase, la de Sofía (Marina de Tavira). Aquellos que mitigan su responsabilidad, acaso culpa, con la frase: “Es como de la familia”. Pero ese ‘como’ es un abismo de desigualdad.
¿Cómo puede ser de otra forma? Cuando los espacios de reflexión (como este, por ejemplo) son ocupados mayoritariamente por privilegiados. Voces harto diferentes a ese mundo indígena que, no obstante, buscamos recuperar. Aunque es necesario entender y reconocer nuestros sesgos y limitaciones.
El recuerdo idealista de mi niñez y la nostalgia de un México más tradicional de puestos con nopales, hierbas y artesanías en sus calles en lugar de Starbucks con muffins y wifi en las esquinas, seguramente no corresponde al de las personas que cortaban esos nopales y elaboraban las artesanías.
Cleo no tiene voz, tal vez porque el director la desconoce, como la desconocemos la mayoría. Aplaudimos las alfombras rojas y las portadas en revistas: “Qué orgullo”, decimos, que de entre la miseria de los pueblos originarios salió una o uno que dejó de ser un poco como es y se parece más a nosotros.
Roma abrió nuevamente una discusión añeja. Las posibilidades digitales permitieron la expresión de numerosas voces no solo respecto al papel indígena en la sociedad mexicana sino a varias otras lecturas que han hecho de la cinta. No obstante, es indispensable que abramos el debate e incluyamos a las personas que pretendemos reivindicar.
No podemos continuar con la misma postura de querer dar voz a tal o cual comunidad, cuando tienen la propia, una que muy probablemente dista de la actitud paternalista que generalmente adoptamos cuando hablamos de ellas.
Celebro la diversidad de opiniones, que lo haga quien supuestamente sabe y quien supuestamente no, y me alegra que Roma haya motivado análisis desde perspectivas varias. Ojalá que suceda con mayor frecuencia.
Para finalizar, tengo dos últimos comentarios. El primero es un reclamo a Alfonso Cuarón: su película es evocadora. Cleo (tremendamente interpretada por Yalitza, por cierto) en medio de la naturaleza recuerda su pueblo y dice: “a esto suena”, es lo mismo que uno hace cuando ve y escucha al globero, al camión de basura, al afilador, la banda de guerra, al de los camotes; me quedé esperando al merenguero, con el que mi padre echaba ‘volados’. Ni hablar.
El segundo es una invitación a la reflexión. Me encontré un comentario en redes sociales con motivo de la aparición de Yalitza Aparicio en la portada de la revista Vogue. Entre todos los que leí, este me llamó la atención y me hizo pensar, espero que a ustedes también:
“Esta fotografía si me encantó!!! ahora si se ve estilizada!!! sin dejar su mexicaneidad! en las anteriores si se veía muy gatubela la neta! ahora si se le ve progreso (sic)”.
