El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la erradicación de la violencia contra las mujeres y basta con prender la televisión, escuchar un rato la radio, abrir el periódico o hablar con cualquier persona para comprender su importancia y legitimidad.
México se ha convertido en un país especialmente hostil para ellas, variables como la hora, la compañía o hasta la vestimenta tristemente se tienen que considerar en su día a día.
La pregunta surge imperiosa, ¿por qué vivimos así? ¿En condiciones tan desfavorables para un gran número de seres humanos?
Las dificultades comienzan cuando no somos capaces de apreciar la diversidad de un conjunto y lo asumimos como algo homogéneo, indiferenciado. Es un craso error pensar que todas las mujeres son iguales.
Siempre han sido diversas: de diferentes edades, posiciones sociales, tradiciones culturales, con expectativas, prácticas y gustos muy variados; de entrada no todas quieren (o pueden) ser madres y siguen siendo mujeres.
No apreciar la diversidad después nos llevará a pensar que todas tienen las mismas necesidades y problemas, que la violencia las afecta del mismo modo, pero no siempre es algo físico y sigue siendo peligroso, puede partir desde algo simbólico o económico, como la misma división sexual del trabajo, lo importante es visibilizar todos estos aspectos, para saber contra qué nos enfrentamos.
Es vital saber que vivimos en un medio social y cultural que es machista, ¿esto qué quiere decir? Que en la lógica imperante y en sus modos de relacionarse hay un desprecio por lo femenino, frente a una exaltación de lo masculino.
Es importante hacer ese matiz, porque no son los hombres contra las mujeres irreconciliablemente enfrentados, ni viceversa, en realidad lo que tenemos es una macro estructura que configura seres humanos con prejuicios, expectativas, nociones, prácticas y contenidos que demandan ser cumplidos, por más dolorosos y castrantes que estos sean.
Así, una mujer también puede ser perfectamente machista, porque por más contra intuitivo que parezca, femenino no necesariamente implica a todas las mujeres, ni masculino a todos los hombres, justo son los moldes simbólicos con los que hemos significado a estas figuras.
De entrada habría que empezar por demarcar al sexo del género, entendiendo por el primero la diferenciación de corte anatómico y por lo segundo algo más ambiguo, que si responde a algo no es a la naturaleza sino a lo social e histórico.
En que el azul sea para los hombres o el rosa un color de mujeres, no hay ninguna naturalidad, tan sólo ha sido una significación construida en torno a los valores de las categorías “masculino” y “femenino”.
Lo cierto es que toda la historia ha sido un discurso creado por hombres y para los hombres, siendo una visión masculina de las cosas y hechos, en este sentido nos hemos perdido de la otra parte de la historia y esto sin duda sigue siendo algo sumamente violento, tan terrible y detestable como cualquier otro crimen.
Hoy más que nunca es urgente y necesario re pensar qué significa e implica ser una mujer y también qué cosa es un hombre, cuales son los privilegios de los que se goza, revisar atentos nuestras prácticas y prejuicios heredados, intentar cambiar las normas y también, desde el sabernos diferentes al nivel de personas, aspirar a ser iguales en cuanto a los derechos y las obligaciones.
¡Al final todos merecemos disfrutar de nuestra ciudad del viento y ser felices! Luchemos siempre por eso.
