Entre las muchas versiones sobre la actitud incomprensible del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, surge la tesis de que la cancelación del aeropuerto de Texcoco es una muestra de poder.
Decir, “aquí ya no mandan otros y de un plumazo les tiro su negocio”. Destruir y desestabilizar para que los fifis entiendan que hay un nuevo régimen.
La monstruosidad de destruir desde antes de tomar posesión, desestabilizar la economía y sembrar tempestades con la sola idea de marcar territorio, sería una de las medidas fascistas más increíbles de nuestra historia desde la nacionalización de la banca.
La actitud e AMLO y sus segundos pareciera decirnos “aquí no pasa nada”, en contra de todo lo que vemos y leemos. El peso pierde el 5 por ciento de su valor en tres días; las calificadoras mandan al diablo a México y sus bonos; los empresarios se sienten traicionados y escupidos. Todos los editorialistas echan lumbre contra la medida y su irracionalidad.
Por primera vez en lo que tengo de memoria periodística (40 años) todos los medios tienen la misma línea editorial contraria gobierno que viene. Aeroméxico y las líneas aéreas pierden valor; los miles de empleados que trabajan en la construcción de Texcoco están de pésame y los pobladores que se ven ya beneficiados por la inversión hacen marchas contra la suspensión de la obra.
Luego llega el rumor de la esperanza: “que ya se arregló AMLO con Carlos Slim”, quien presuntamente le ofrece terminar Texcoco sin tocar un centavo del gasto público, que por eso la bolsa se recupera. No sabemos si son sueños guajiros o un verdadero truco de mago del presidente electo para revertir la terrible animadversión que recibe por parte del sector empresarial y la clase media del país.
Si AMLO se olvidara de la estupidez de Santa Lucía y dijera: bueno, salvamos al erario de ese gasto y dejamos que los empresarios lo terminen le hemos “ahorrado” al pueblo de México esa inversión suntuaria. O cualquier cosa que se le antoje decir. Todos sus seguidores lo aceptarían sin chistar: “que bien, que bien Tlatoani, lo que tu digas será lo correcto”. Y todo el alboroto, todo el desgaste y los gritos desesperados quedarían silenciados. Todos respiraríamos profundo y diríamos: que cerca pasó la bala, que bueno que AMLO sabe escuchar.
Por lo pronto quien será el nuevo Secretario de Hacienda ya dijo que las reservas del Banco de México no se tocan, en contra de la idea torcida de un diputado del PT de usarlas para no se que estupidez. Algo de cordura en el mar de populismo que vivimos.
Por cierto hay que escuchar a Beatriz Paredes, quien dio un discurso extraordinario en el Senado. Ella es una de las mentes más lúcidas de la política mexicana. Honesta, intachable y con un poder de oratoria que ya quisiera cualquier morenista para un día domingo. Explicó la “inconstitucionalidad” de la consulta, su ilegalidad y el peligro de que el cambio de régimen bote la Constitución.
Si bien es cierto que el PRI se fundió con la corrupción de este sexenio, quedan personalidades extraordinarias y admirables como Paredes o Enrique de La Madrid Cordero, de quien ya tendremos tiempo de platicar.
