Mexicanos en Estados Unidos, Sirios en Europa, Hondureños en México. El mundo se está moviendo -como siempre- ya sea por buscar un nuevo y mejor horizonte, por no poder continuar con sus vidas en su lugar de origen, por sufrir discriminación o persecución, o por el simple hecho de lanzarse a la aventura de buscar una vida mejor. Los seres humanos hemos emigrado a lo largo de toda nuestra historia.

Los blancos no son nativos de américa. No. Todos los genes blancos que tu puedas mirar en tu día provienen de Europa. Todos esos genes llegaron migrando de tierras muy lejanas. Tus apellidos, mi amigo lector, no son mexicanos. Te lo recuerdo: muy probablemente esos apellidos sean españoles o portugueses. Y aún es más complejo, porque muchos apellidos hispanizados, son de origen romano, turco o africano.

Todos provenimos de una migración. Está en la naturaleza del hombre. Nuestra especie proviene del sur de África, y de allí viajó al norte de Asia, al norte de Europa y a lo largo de los milenios, al resto del mundo. Lo reitero. Todos somos migrantes.

México tiene casi un millón de estadounidenses que emigraron de su lugar de origen, y que viven aquí entre nosotros, la mayor parte de ellos sin arreglar su situación migratoria. En palabras claras, son ilegales. Poco más de 10 millones de mexicanos viven en Estados Unidos, también la mayor parte de ellos sin arreglar su situación migratoria, es decir, también ilegales.

Todos somos migrantes, y en algún momento de nuestra historia, nuestros ancestros fueron ilegales. A excepción de los indígenas de este País, la mayor parte de los mexicanos lleva en su sangre, sangre de migrante. Todos descendientes de esos hombres y mujeres, de esas familias, que en algún punto de la historia decidieron dejar sus lugares de origen, y buscar una nueva vida. Como los miembros de cada uno de los pueblos que conforman América. Y en el caso de los europeos, el tema no es muy distinto. En distintas épocas, los ingleses migraron a la Europa continental, los de Europa oriental a Europa Occidental, los europeos de todos los rincones al medio Oriente, y la gente del medio Oriente hacia todo el mundo.

No. La migración no es un tema de nuestros días. Es un tema de todos los tiempos. La historia de la humanidad es una historia de migración. De una migración constante, tan constante, que aunque de forma estúpida hay quienes aún se sienten orgullosos de su “pureza racial” nuestros genes cuentan historias muy distintas. Un europeo promedio tiene genes asiáticos y africanos, mientras que un mestizo mexicano podría tener genes provenientes de 4 de los 5 continentes. ¿Raza? Es solo un asunto de convenciones, de modas, de apariencias.

Hablando de convenciones, retomo el tema de la ilegalidad. ¿Qué es la ilegalidad? Otra convención. Una convención de la que cada vez más personas están convencidas, porque se imaginan que los migrantes podrían romper su burbuja de comodidad. La naturaleza humana, no puede ni podrá convertirse en un acto de ilegalidad, y no hay una acción más humana y más permanente en la historia de la humanidad que la migración.

Daniel Jakubec, un amigo checo que se nacionalizó mexicano este año, me decía hace unos días: “Yo no tuve ningún problema cuando emigré, nadie me trató mal, nadie me hizo un gesto.” “No entiendo por qué están en contra de la caravana de migrantes”

Es porque eres blanco, y porque vienes de Europa -le contesté- Los mexicanos no estamos en contra de la emigración. Estamos en contra de nuestra propia raza, de los mestizos, de los pobres, de los desplazados. Estamos en contra de nosotros mismos.

Vemos a los centroamericanos y nos vemos a nosotros mismos, vemos nuestras carencias, vemos nuestra desesperación y la desesperación de nuestro hermano, nuestro tío o nuestro amigo que tuvo que emigrar. Así somos los mexicanos.

Los mexicanos no PODEMOS ser racistas, me dijo, y recordé y entendí que él ya es un ciudadano mexicano. Un gran ciudadano Mexicano. Tal vez más consciente que muchos que juzgan a los migrantes, y que en su juicio los convierten en personas de segunda, por no estar en su país, justo como los diez millones de mexicanos que viven en Estados Unidos, son tratados por otros jueces implacables, temerosos de que se rompa su burbuja.

Hay muchas cosas que deberíamos de tomar en cuenta antes de emitir un juicio sobre los migrantes. Familias separadas por miles de kilómetros. Vidas dejadas atrás, personas que iniciaron un camino para una nueva vida con solo lo que pueden cargar, hijos y padres separados, la inmensa soledad de encontrarse fuera de todo lo que podemos considerar como “nuestra vida”. Y como es costumbre en esta columna, debo decirles que el Arte nos ha dejado muchas pistas para despertar la conciencia y apagar el prejuicio.

Entender la migración desde la perspectiva del que deja su vida atrás, es perfectamente posible con la lectura de “Las Uvas de la Ira” en esta increíble novela de Steinbeck, quien sería a través de ella ganador del premio Nobel, y que fue llevada al cine de manera aún más magistralmente, si cabe decirlo por John Ford. Los protagonistas deben moverse miles de kilómetros en los años 30, desde Oklahoma, donde el campo ha muerto entre polvaredas hasta California. Y aunque el libro no sea exactamente sobre inmigrantes entre naciones, sí toca el tema de la búsqueda de oportunidades en tierras nuevas, y de la vida que se deja atrás. El momento imborrable, darle un hijo a unos desconocidos, pues las posibilidades de que llegue a desarrollarse, son prácticamente nulas para la familia.

“La Cortina de la Tortilla” es un texto imperdible para nosotros, como mexicanos contemporáneos. La Cortina de la Tortilla es uno de sus trabajos mejor valorados de Coraghessan Boyle. La historia gira sobre es un blanco promedio, que descubre a un inmigrante mexicano que acampa cerca de su casa en California. Su postura e ideales son puestos a prueba cuando él comienza a dudar sobre su buen comportamiento. Nadie retrata la paranoia de quien se siente invadido como Boyle. Haciendo una alusión a la histórica cortina de hierro, La Cortina de la Tortilla le saca al más duro, un suspiro y una lágrima.

Me despido con una gran película “La Inmigrante” de James Gray, es un retrato oscuro y deprimente de la otra cara de la migración a Estados Unidos. Abuso, prostitución, traición de parte de los demás migrantes y hasta de la misma familia, enfermedades y penurias. ¿Hablamos de los latinoamericanos en Texas? No, hablamos de la historia de una mujer polaca a principios del siglo XX en Nueva York. Un recordatorio emocionante de que detrás de la estatua de la Libertad, tan bonita, pura y acogedora, se escondía una realidad de ambición, tristeza y desesperación.

Para decir adiós: Si nos indignamos de los niños mexicanos en jaulas en Estados Unidos, o por el niño sirio ahogado en las playas del mediterráneo, pero no nos indigna que los mexicanos fumiguemos a los hondureños, es que estamos viviendo una ridícula y nociva doble moral.

En defensa de la dignidad, todos. Contra la humanidad, nadie.

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