Algunas palabras sobre México en 1968, y sobre nuestra decencia.
Mi papá es un hombre completamente atravesado, para él nunca hubo enemigo grande, ni batalla que por mala, estuviese perdida. Lo miro, en retrospectiva, como un hombre que se enfrentó a todo a lo largo de su historia, le miré defender la dignidad en las condiciones más difíciles. Defenderse de la enfermedad y de la adversidad sin queja, y siempre ufano de que saldría vencedor.
Pero algo muy distinto pasaba cuando hablaba de 1968. Él siempre bajaba la voz cuando hablaba de ese año, como si tuviera miedo de que alguien lo escuchara.
En ese año, mi papá ayudaba en el reparto de una revista de mimeógrafo, que tuvo el título de “La Garrapata, el azote de los bueyes”. “La Garrapata” llamaba a quien la leía, a despertar la conciencia a lo que sucedía en nuestro país. A mirar los desatinos del gobierno, a enterarse de la corrupción del entonces Distrito Federal, y por supuesto, a sumarse al movimiento de obreros y estudiantes que se desarrollaba en esos días. Esto, era completamente ilegal. Si, hacer eso, en 1968, era un grave delito. Una falta que no se encontraba en las leyes de aquellos años, pero que todos los mexicanos de entonces sabían era penada, una actividad que todos entendían como peligrosa.
Distintos, como solo los cuñados pueden ser, mi papá y mi tío Miguel hacían lo mismo cuando les preguntábamos del 68. Hablaban bajito.
Mi tío Miguel había sido un muy destacado estudiante en el Politécnico en esos años. Jugador de Americano, amigo de todos, mi tío, “El Negro” era un hombrón, y para casi todo, todo un personaje. Un hombre generoso y lleno de bondad, amoroso y profundo como pocos, Un hombre con más filosofía en una charla de sobremesa, que toda la filosofía que yo aprendí en CU el primer año. Mi tío Miguel, es para mi y será para siempre, un gigante. Pero ese gigante también se encorvaba y hablaba bajito cuando le preguntábamos del 68.
Los dos hombres que me formaron, que me ayudaron a encontrarme y a convertirme en lo que soy, tenían la misma debilidad. La misma pesadumbre. La misma mirada perdida cuando se hablaba del tema. Los dos esperaron a que sus hijos e hijas llegaran a ser maduros, para hablarnos de lo que había pasado y de lo que habían vivido, y nos dieran su versión.
Versión y versiones, porque el tema era velado, porque lo que había pasado se hablaba en muchos lugares, pero todo lo que se hablaba tenía este velo de amnesia, esta niebla de olvido forzado, así que me hice mi propia versión del 68, como todos.
Y todos tenemos nuestra versión porque no existe una verdad sobre la mesa. Simplemente, Sencillamente, 50 años después del asesinato organizado y dirigido por el estado de los miembros del Comité Nacional de Huelga, el Gobierno Federal, jamás salió de su comunicado oficial de 38 muertos, The Guardian, el Periódico ingles, habló de 500 muertos, Octavio Paz, tras un largo camino de contrastar cifras, llegó al número de 325. Por eso, por la mentira oficial, por la mentira histórica, y por las verdades a medias, dichas y contradichas, cada uno de los interesados, llegamos a nuestra propia versión.
Desde “Rojo Amanecer” hasta “Un Extraño Enemigo” el Arte se dejó sentir a lo largo de estos 50 años para mostrarnos las versiones de los intelectuales, y ahora, de los productores de telenovelas de Televisa. Pero todo siguen siendo versiones. Las más reales, las más cercanas a lo que realmente sucedió, son siempre aquellas, en las que se sigue hablando bajito.
Cuando terminé de desarrollar mi versión de la verdad de 1968, ya estábamos en los 90’s, mi amigo, Aarón Gómez y yo, tuvimos interminables charlas sobre el tema cuando íbamos a la Preparatoria 9.
Recuerdo que en esos años, Aarón me acompañó un 2 de octubre a la plaza de las tres culturas, a leer un poema en homenaje a lo acontecido. En su familia, también había personas que hablaban bajito cuando les hablaban del tema. En su familia, y en tantas, tantas otras de este país, por las que es tan difícil creer que hubo 38 muertos, o 380, o 3,800 heridos. La herida de 1968, dejó la cicatriz de hablar bajito. Por eso fuimos, mi amigo y yo a leer un poema. A presentar respeto, y a darnos un abrazo de pésame, de todo lo que en este país murió entonces.
Les adelanto un poco de mi versión; El 2 de octubre de 1968 no se enfrentó el gobierno y un movimiento. No. Se enfrentaron la decencia y la indecencia. Víctor Frankl, en su libro “El Hombre en busca de sentido” explica que hay dos razas de hombres; los decentes, y los indecentes. Y esto es verdad desde donde lo miro. Son las únicas que han existido, y las únicas que existirán, y entiendo también que cada una quiere llevar adeptos a su causa.
Los decentes, buscan encontrar decencia en la indecencia. Los indecentes, buscan encontrar indecencia en la decencia. La decencia es fácil de entender y fácil de profesar: el decente ha encontrado el sentido de su vida en el valor de todas las vidas, como su vida propia. El indecente encuentra su vida más valiosa que ninguna otra.
La decencia llevó a obreros y a estudiantes a exigir. La indecencia los condenó, y los mató, de una forma tan brutal y tan estridente, que quien lo vivió, quien lo miró y quien lo entendió, quedaron tan aturdidos, que 50 años después, siguen hablando bajito.
Hay que aprender a defender la decencia, la decencia de la que habla Víctor Frankl, la decencia de preocuparnos por las vidas y las existencias de otros, y no solo de la nuestra. Esa es la lucha que nunca debe terminar. Esa es la forma de cambiar el país, y el mundo. Y creo que entender esa decencia es simple.
Es decente estar en contra de la injusticia y del abuso. Es decente estar en contra de la violencia y la segregación. Es decente estar en contra de la manipulación de los medios. Es decente estar en contra de quien enfrenta a un mexicano con otro mexicano. Es decente amar, enseñar y construir. Fue muy decente la generación de mis papás y de mi tío Miguel. Y por ello, en estas líneas, les agradezco la decencia que tuvieron con nosotros, los que aún no nacíamos.
Fue indecente la muerte y la represión. Fue indecente la mentira histórica. Fue indecente la indolencia. Fue indecente, con una indecencia que lastima, el que alguien se beneficiara de esta herida.
Pero sobre todo, sería muy, muy decente, reconstruir la verdad, y que los que la saben, dejen de hablar bajito.
2 de Octubre. No se olvida.
