Sin sensatez; sin sensibilidad

Llega como cualquiera al Aeropuerto Internacional de Guanajuato, sonríe a la gente, permite selfies y se hace cercano, sensible. Andrés Manuel López Obrador agrada por afable y sencillo al viajar en avión comercial. Es insensato.

El martes arriba al mismo aeropuerto, con toda la pompa imperial el avión presidencial TP01, un 787 que vale 7 mil millones de pesos y pesa unas 230 toneladas de fibra de carbón, aluminio, titanio y la más alta tecnología (que a veces se descompone). Transporta a Enrique Peña Nieto y un puñado de funcionarios. Es insensible

Dos extremos sin sensatez ni sentimientos.

Primero porque el riesgo de que al presidente electo le suceda algo, cualquier cosa, puede costar muchas veces más que toda la flota aérea del Estado, incluido el Boeing 787.

La sensibilidad social de López Obrador no puede obnubilar su inteligencia. Ya no es el candidato, ya no es el líder social, ya no es un simple ciudadano de a píe que pueda volar en comercial en medio de desconocidos.

Un atentado, un simple altercado puede mover la estabilidad política y social del país, puede causar revueltas y muertes, puede incendiar las plazas. Que el destino no lo permita, pero, como decía la abuela, es “tentar a Dios de paciencia”.

Al día siguiente llega el faraón que no tiene la menor sensibilidad social y dispone de los recursos públicos sin el menor pudor. Bien decía López Obrador, “me daría vergüenza viajar en ese avión”. Peña Nieto pudo utilizar un avión veinte veces más pequeño para cruzar los 280 kilómetros que separan al aeropuerto local con el Benito Juárez de la CDMX. Así lo hizo durante años Vicente Fox en viejos Gruman para 14 pasajeros, no para 250 como el 787.

Sensatez de López Obrador ponerlo en venta el día primero de diciembre, sacarlo en subasta de cochera para no ofender la sensibilidad de los mexicanos que apreciamos el buen uso de los recursos públicos.

Da gusto que haya cuidado con el gasto, da susto que se dilapide la seguridad del presidente electo.

Quienes rodean a López Obrador debieron advertirle del escándalo que se armaría con la boda suntuosa de su colaborador César Yáñez; quienes velan por su seguridad y la paz social en México debieran trazarle el escenario aterrador de un atentado y las desgracias que traería para todo el país, incluso la desazón para los más pobres quienes deben ser los primeros. Qué decir de su vida misma.

No se necesita un experto en seguros, ni actuarios, ni de un servicio secreto para comprender el gravísimo riesgo que significa dejar que cualquiera se acerque a abrazar al Presidente Electo. Por más querendón que sea.

Hay un punto donde la sensatez se cruza con la sensibilidad y ese es el de la buena política. Son las dos piernas que hacen caminar con éxito al buen gobernante.

Durante seis años el gobierno de Peña Nieto nunca tuvo la sensibilidad de comprender la demanda de honestidad y la sensatez para detener el saqueo de estados y dependencias. Hoy sale con la peor popularidad que cualquier presidente haya tenido.

Si López Obrador insiste en el descuido, en la renuncia a los equipos de seguridad y a la eficiencia de un avión presidencial (austero), podría hundir el esfuerzo de 18 años de lucha política. La sensatez cuenta, la sensibilidad también.

 

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