¿Cómo explicarle a nuestro nuevo presidente electo que un país no puede quebrar, que México jamás ha estado quebrado?
Ni en los tiempos del amado Benito Juárez, cuando la Iglesia tenía más de la mitad de la renta nacional México tuvo menos de lo que debía. Tampoco en la Revolución ni en la peor crisis de Luis Echeverría, López Portillo o la última que dejó Carlos Salinas de Gortari.
Seamos claros, México no puede quebrar ni estar quebrado. No es cosa de contadores, donde si las deudas son mayores que los bienes.
¿Cuánto debe México?¿Cuánto vale México? No son sólo los 2 millones de kilómetros cuadrados de su territorio, ni siquiera la riqueza de sus 3 mil kilómetros de oceanos o las llanuras de la meseta significan lo que 125 millones de mexicanos valemos.
Si Andrés Manuel López Obrador se refiere a la deuda pública, debe saber que es minúscula frente a las posibilidades del país, que es insignificante frente al potencial de nuestra jueventud. Nuestro destino es, por fortuna, superior a nosotros mismos; mucho más grande que una o dos generaciones.
Incluso comparada con el producto de un año ni siquiera llega a la mitad. Pero sería miserable hablar de cifras, de cantidades cuando podemos hablar de todo lo que encierra México.
Si se refiere a que el presupuesto no alcanza para todo, eso sucede en todas partes y en particular en los países dominados por la demagogia y el populismo. Ni siquiera Venezuela está quebrada, su balance de petróleo le podía dar a ese país sudamericano lo suficiente para vivir de sus rentas durante 50 años. Pero Nicolás Maduro es un tirano ignorante que somete a su pueblo a sufrimientos increíbles por una retórica de izquierda trasnochada. Con un líder sensato, que valorara las virtudes de la libre empresa y las bondades del mercado, saldría en unos cuantos meses de su postración. Pasarían de la diáspora a la esperanza con un par de discursos y tres acciones sensatas.
Venezuela, igual que Cuba, sometida a la inclemencia de la ideología radical Marxista – leninista, sufre porque el populismo no resiste la disidencia y la libertad.
Los países, en pocas palabras, no quiebran. No hay tal cosa. Lo que se rompe es la estabilidad económica y la prosperidad por querer imponer ideas insensatas a la realidad. Y de esas ya tenemos muchas en el corto tiempo de la transición.
Romper el proyecto del nuevo aeropuerto en construcción es uno de los mayores despropositos que jamás hayamos escuchado.
Reducir salarios a los funcionarios públicos de alto nivel, a los expertos en cientos de puestos que hacen funcionar al país, es otro despropósito que topará con la dura roca de lo real.
Igual que era despropósito detener el precio de la gasolina cuando lo fija el mercado mundial o meter al Ejército a los cuarteles cuando el país se desangra.
Cierto, el país se administra con una carga de corrupción insostenible, pero de ahí a cortar con hacha los sueldos en lugar de redimensionar el aparato público habla de promesas incumplibes e incomprensibles.
Lo mismo es quebrar la reforma educativa de un plumazo y dar cabida a burros y vividores en el diseño del futuro de nuestra infancia y juventud.
No, México no está quebrado y nadie lo puede quebrar a pesar de todos quienes no saben lo que es el tener y el deber.
