Hace 25 años, en agosto, haciendo un viaje que duraba una hora en el microbús que me llevaba a la prepa, lloré como niño en berrinche por muchos minutos la muerte de un perro que nunca existió, el perro se llamaba Karenin, (por Ana Karenina) y era un personaje de la novela más extraordinaria que he leído: “La Insoportable Levedad del Ser” de Milán Kundera. Aún no me siento capaz de hacer un homenaje a esa novela. Pero lo haré de la segunda que leí de Kundera: “El País de la Risa y el Olvido”
Hace 50 años, también en agosto, pero de 1968 los tanques de la extinta URSS rodaron sobre la Plaza de San Wenceslao, en Praga, para dar inicio a una ocupación militar, política y cultural sobre ese pedazo de tierra que tanto ha sufrido: La extinta Checoslovaquia. Es en ese escenario retorcido, de ocupación y de olvido, en el que Milán Kundera logró desarrollar algunas de las mejores novelas del siglo XX.
Con la presencia y control del ejército de la URSS, se realizó en Checoslovaquia uno de los procesos más aterradores de la historia social reciente: la reescritura de la historia. Si, así tan simple, y así tan aterrador. Borrar la historia, y reescribirla para fabricar nuevos héroes y nuevos villanos. Para justificar los hechos, para popularizar el nuevo régimen. Se comenzó por borrar toda huella del pasado, pasado que tenía unos cuantos días de haber ocurrido. Se reorganizó la historia, rescatando personajes olvidados, reviviendo líderes y sindicalistas olvidados décadas atrás, para mostrarlos ahora como luchadores de toda una vida. Borrando de las fotografías a los inconformes. Derribando estatuas, y erigiendo nuevos héroes de bronce a los cuales reverenciar. Toda una infamia.
¿Por qué digo que es tan infamante falsear la historia? Explico, y para explicar, te hago unas preguntas simples: ¿Qué sería de ti si te quitáramos tu historia? ¿Qué sería de ti si fueran borrados tus días de gloria? ¿Qué sería de ti sin la memoria de tus días difíciles? ¿Quién serías sin la evaluación y evolución de ti mismo? Sin la experiencia que nos dejan nuestros errores y nuestros fracasos no somos nada, ni somos nadie. Sin memoria de nosotros estamos simplemente extraviados, a la deriva, y a la deriva actuamos como locos.
La estrategia de los soviéticos era simple: desmemoriar para enloquecer. Desmemoriar para hacer vivir una broma a un pueblo. La broma de mancillar su existencia. Como en las quemas de libros de la Alemania Nazi, como en México tras la conquista, o como Estados Unidos tras el genocidio de los pueblos indígenas, a los checoslovacos se les arrebató su pasado, para ser, tras ocupados, convertidos en conquista.
Al olvido entraron todos los méritos de los que no convenían a la nueva historia, y entraron también todos aquellos que se resistían a la reinterpretación de su existencia. Al olvido entraron las familias, los amores y los amigos incómodos, las profesiones mal vistas, las opiniones peligrosas y los sueños inconvenientes.
Y como defensa a la infamia solo quedaba la risa. La risa desesperada, la risa enloquecida, la risa enferma, la risa burlona de quien se sabe preso tan profundamente, que solo le queda reírse para enloquecer, y loco, soportar el hastío.
Los personajes de “El país de la Risa y el Olvido” son todos fantasmas de lo que fueron antes de la ocupación. Todos se añoran a si mismos, todos nadan en una piscina de emociones: desprecio y deseo, nostalgia y miedo, cinismo y pudor. Emociones, si, porque quien es incapaz de tener sentimientos, se refugia en las emociones, y al pueblo checo le quedaba en ese instante, solo refugiarse en sus emociones.
Los sentimientos requieren tiempo, las emociones son inmediatas. Pero no todo son emociones. Hay un sentimiento que mereció especialmente la atención de la novela, y que merece la atención del lector. El Litost, palabra checa sin traducción a otros idiomas que explica cómo se siente un ser humano al mirar en otro la grandeza que no puede poseer. Al mismo tiempo tristeza, pequeñez y autocompasión, pero también un rencor profundo, envidia y ansiedad. Si así de complejo, porque era el mismo Litost de los personajes que se aman y se odian, el que sentía el pueblo checo frente a sus invasores.
Por Litost se delataba a los amigos, a los amantes, a los odiantes y a los desconocidos. Delatar era simple: bastaba con señalar a quien no creía en el nuevo catecismo, en esta historia sustituta para arruinarle la vida, y que el nuevo régimen le segregara a la marginación.
Litost es el sentimiento ofendido y ofensivo, la mirada interna que se revuelve de angustia, la destrucción del otro buscando la destrucción propia y la destrucción propia buscando la destrucción del otro. Todo por un ser que no florece, que no es. ¿De dónde nace el Litost? Es simple: de la contemplación de nuestra propia historia, y del cobarde desenlace que promete.
Tamina, una viuda prematura que terminó en el exilio, persigue sus diarios íntimos para recomponer su historia, para encontrarse, pues se siente perdida en donde se encuentra. Cree que recuperando su historia volverá a ser ella, pues vivió, actuó y habló todo el tiempo en contra de sus sentimientos y ahora necesita reencontrarlos para volverse a construir. Su contraparte Mirek está obsesionado con lo contrario, realiza un penoso viaje por esta nueva Checoslovaquia para encontrar –y destruir- unas cartas de amor que podrían destruir su vida, pero que al final de la historia, carecen de todo significado, pues a quienes afectaría, ya han asimilado el cambio de régimen, y en ese nuevo régimen, ellos ya son “otros”. Al final en este país de risa, a los protagonistas solo les queda el olvido.
El País de la Risa y el Olvido es un homenaje a la memoria. A la memoria personal y a la memoria colectiva. Es un homenaje a la construcción de la identidad a partir de la memoria. Muchas veces en mi vida he escuchado la expresión “ hay que reescribir nuestra historia” No, la historia no puede reescribirse. Puede cambiarse la línea argumental, hacer un nuevo desenlace, pero nunca podrá reescribirse lo escrito. Es un atentado a la dignidad, de las personas y los pueblos.
50 años después de la ocupación soviética de Checoslovaquia y 25 después de llorar leyendo a Milán Kundera, de nuevo en agosto, vivimos, ahora en México, un cambio de régimen. Y esta es una alerta. Hay un peligro: la reinterpretación de la historia. No podemos olvidar lo que ya vivimos. No podemos cambiarlo, no podemos reconstruirlo. Vivir en memoria es vivir en conciencia.
Hablando de conciencia, hay que decir que Checoslovaquia ya no existe, que hoy es Eslovaquia y la República Checa, esta última, una nación que crece al 6% anual y que exporta un millón de automóviles por año. Las heridas de la ocupación soviética tienen mucho de haber sanado. porque sobre todo, es un país de conciencia y de memoria, del que tenemos mucho que aprender.
Dedico esta columna a mi Amigo y colega, Daniel Jakubec, politólogo y hombre de gran cultura, de quien mucho he aprendido, que nació en la Checoslovaquia ocupada y que creció en la Libre República Checa y a Miguel Augusto Gutiérrez Hernández, quien me regaló mi primera copia, de “La Insoportable Levedad del Ser” y cuya amistad, a 25 años, aún atesoro.
