Ha sido un proceso electoral fuera de serie. Descomunal. Nunca previsto. La moneda cayó. La decisión está tomada. Los mexicanos, bien o mal, decidieron. El ganador lo consiguió. Hasta el momento no ha habido ningún sobresalto o abrupto dentro de la economía de nuestro país. Al parecer la transición se dará de manera pacífica y organizada.
Pareciera que se concibe como un “borrón y cuenta nueva”. Los perdedores aceptaron la derrota y están más concentrados en la reconfiguración de sus institutos políticos que en los pendientes que vendrán y en las extraordinarias “mayoriteadas” a las que se enfrentarán los próximos tres años en el Legislativo.
Los medios están pendientes de cualquier movimiento o reunión que hace el electo. “Muera el rey, viva el rey”, nunca mejor ejemplificado. Los escandalosos fraudes del saliente, ya no son tema, parece que desaparecieron de la escena mediática y política. Los perseguidos ya no son tan perseguidos.
Los gobernadores, salvo alguna honrosa excepción, han aceptado el protocolo del “besamanos”, no los juzgo, con el electo tendrán que gobernar y tendrán que hacerlo para todos, los que votaron a favor y en contra.
Inclusive nuestro gobernador se atreve a declarar que él está y desde inicios de su mandato ha estado en perfecta sintonía con las disposiciones del recién elegido. Levanta el estandarte de la sencillez y humildad, “ha denotado sobriedad y austeridad” en su actuar y forma de gobernar. Usted juzgue.
El poder Judicial, como nunca, está en la mira. Es el único poder que hasta el momento no ha sido sometido por “su alteza serenísima moderno”. El equilibrio de poderes está a prueba. El tercer poder está bajo ataque. Los conductores de la justicia están siendo objeto de la crítica mediática y se intenta controlarlos amagando con un drástico recorte a sus “excesos” y concesiones por el venidero presidente.
Tampoco metería las manos al fuego por todo ellos. Habrá que ver cómo se resuelven y con qué rapidez los amparos que seguro vendrán por tanta modificación a la administración pública federal.
Las propuestas y planes, las medidas y cambios están por todos lados. Revistas de alta circulación analizan a fondo lo que hará “el próximo”. Secciones especiales de los diarios, con los más agudos expertos del tema deshebran cada uno de los movimientos que se avecinan. Todos estamos a la expectativa y todos sabemos de “todo”.
En el fondo no ha habido nada. Son solo declaraciones, planes y nombres que se mencionan en entrevistas y comunicados del equipo de transición. Los “nuevos” altos funcionarios se placean. Desmienten, desmenuzan, explican, aterrizan y adecuan las “brillantes” propuestas que a lo largo de los últimos meses ofreció su presidente electo.
Pero todas las miradas nuevamente están sobre un tema intangible; las medidas de austeridad. Bajar el sueldo no es una medida para acabar con la corrupción, ni una medida eficaz para tapar los boquetes presupuestales. Es una medida mediática, un mensaje populachero para seguir con la constante de decirle al pueblo lo que quiere oír y no forzosamente lo que requiere.
Pendientes hay muchos: que acabar con gasolinazos, eliminar las evaluaciones a los maestros, garantizar a todos el acceso a las universidades, grandes refinerías en el sureste, sueldo a ninis, etc., etc., etc. El cómo lo va a hacer, sigo sin entenderlo. Seguro estoy, de que con solo bajarse el sueldo no es suficiente.
Me parece que el pendiente post electoral más grande que tenemos es conocer la verdad de sus deseos y planes.
La verdad, se dice que es la correspondencia entre el objeto y su esencia. La palabra es verdadera cuando el hombre expresa realmente su juicio con ella. Su palabra: “acabar con la corrupción” dista mucho de su esencia.
Con todo respeto para el electo, pero con tanto personaje lejano a la austeridad y cercano a él, no veo la verdad en su palabra y su esencia. Esto no lo aseguro por una mera percepción personal. El origen de los personajes avenidos a la “cuarta transformación” de tan diferentes ideologías y cuestionables pasados ‘per se’, no permite el alineamiento de ideales y, por consiguiente, de futuras acciones, menos de compartir la esencia de sus palabras, es decir, de la verdad. Sigo creyendo que estamos viendo discursos para endulzarle el oído al pueblo, en lugar de acciones para mejorarlo.
Se dice que en culturas como la nuestra, de un contexto alto, se tiende a valorar el mensaje poco por lo que se dice, basándose más en las creencias y valores culturales. Se valora mucho la comunicación no verbal, comunicándose de manera indirecta, con expresiones de doble sentido y ambiguas.
Se valora a la persona que educada y discretamente envía mensajes sin hacerlo de manera directa. La comunicación directa se percibe incluso amenazante y ofensiva. De hecho, Octavio Paz decía que el mexicano excede el disimulo de sus pasiones y de sí mismo en su palabra. En esta etapa estamos.
El discurso del equipo ganador es uno lejano de sus pasiones y deseos verdaderos, es el que queremos escuchar. Su esencia está oculta en mensajes populares. Culturalmente, la mayoría, es lo que quiere escuchar. La esperanza sigue presente. Todavía no es la realidad.
SI YO FUERA ‘LA VERDAD’, muy molesto estaría de permanecer difuso bajo las borrosas líneas de mensajes subjetivos y estaría deseoso de salir a escena lo antes posible.
Esperemos a “LA VERDAD”. Desde mi punto de vista, el mayor pendiente después de las elecciones. Deseo que su aparición no nos vaya a decepcionar y su actuación no nos logre afectar.
