Ya en otra edición de esta columna hemos hablamos de “los toquines”, como fenómenos sociales y culturales que acontecen en todo el país, pero que en Pachuca tienen sus propias particularidades. 

Mi experiencia asistiendo a ellos consta de 12 años, en los que he visto desfilar a innumerables proyectos musicales, además de la transformación de su audiencia, nos tocó el boom y como es natural el proceso de la decadencia, pues hemos sido testigos del retiro de muchos jóvenes entusiastas que ahora son funcionales adultos: con trabajos estables, casados y algunos hasta con hijos; con semejantes responsabilidades y compromisos se entiende que la escena musical local se asuma como un borroso recuerdo de lejana adolescencia.
 
Los que quedamos somos la resistencia, pero no sé si es porque aún conservamos aquel espíritu rebelde o estamos invadidos por la nostalgia y queremos atraparnos, como Peter Pan, en un tiempo que ya se ha ido o simplemente sea por el amor verdadero a la música.

En este contexto, muchos ya tenemos el presupuesto y la experiencia necesaria para organizar nuestros propios eventos, invitando a las bandas amigas de toda la vida o arriesgándonos a traer propuestas de otras latitudes, con un mejor cartel y calidad, más consolidadas en el ámbito nacional. 

Así llegaron Los Blenders a nuestras vidas, un cuarteto de la Ciudad de México con un sonido que va desde un fresco pop-punk hasta un jocoso surf. 

El origen de su primera presentación en la Bella Airosa fue este: Juan Cerón, amigo y pilar necio de la resistencia, los quería traer porque a él le gustaban mucho desde que los descubrió deambulando en internet y esperaba que al organizar un evento propio, todos nuestros amigos acumulados con los años estuvieran ahí, pero: ¿cuál fue la sorpresa que nos llevamos dicho día? 

Nuestros colegas, aletargados por la madurez y ocupados por las responsabilidades, no respondieron al llamado que hicimos; pero lejos de ser un triste recordatorio de que ya habíamos crecido y estábamos por fin vencidos, fue una revelación deslumbrante: contra todo pronóstico, el evento fue un lleno total. 

¿Quiénes habían acudido si nuestros mejores soldados no se dieron cita aquel día? Descubrimos a una nueva generación, la sangre nueva que tanto necesitábamos: otra vez los toquines en Pachuca pertenecían a los jóvenes, pero ya no éramos nosotros, era una delegación de rostros inesperados; no los conocíamos, pero no importaba, ellos estaban ahí, listos para consumar el relevo generacional. 

Suele ocurrir que en lugares tan pequeños como Pachuca, donde se llegan a dominar todas las funciones y a ocupar los espacios por años, nos vamos haciendo a la idea de que somos todo lo que hay, que la cosa comienza con nosotros y sucumbirá cuando se vayan nuestras fuerzas, sin darnos cuenta de todo lo que viene atrás y adelante. Ni inventamos la música, ni asistiremos a su funeral, lo del 2007 fue simplemente un sonido más.  

El pensamiento de que “todo tiempo pasado fue mejor”, solo esconde un egoísta sentimiento de protagonismo, los nuevos jóvenes no son una generación perdida, ya están en movimiento, creando sus propias cosas e hitos; el problema es que como ya estamos ajenos a ellos, no los entendemos ni les damos el valor que merecen; algo paradójico, pues fue el mismo proceso que nosotros sufrimos, cuando nuestros padres no bajaban de “ruido horrible” a la música que consumíamos. 
Sin tener la edad de su público, Los Blenders saben conectarse muy bien con ellos; cantan y describen con un lenguaje freso las preocupaciones que se tienen en la adolescencia, como que la chica que te encante no te haga mucho caso o irse de parranda, pero también tocan las motivaciones que dan lugar a estas acciones: hay un profundo deseo de trascendencia, de crear y ocupar un lugar en la historia (hacer una fiesta épica, por ejemplo) o de por lo menos disfrutar a conciencia del absurdo, donde aún las grandes preocupaciones terminan por ser banales y sólo nos quedan las sinceras sonrisas para combatir lo angustiante de la existencia, “somos así, sólo queremos reír”. 

Habrá una tercera presentación de Los Blenders en nuestro suelo minero, así que sugiero estar atentos, abrir bien los ojos y aún más los oídos; si prestamos atención quizás escuchemos el sonido de los nuevos tiempos, el galopar pesado de una generación que avanza rápido, pero diferente de cómo lo hicieron otras.

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