Ya en otras ediciones de este espacio nos hemos referido a la situación en la que vive la filosofía como disciplina humanística en nuestro estado de Hidalgo: desaparecida en su totalidad como carrera universitaria y refugiada en contadas materias, según los enfoques de la institución y sus diversos planes de estudio. 

Quizás sea en el último año de los bachilleratos donde se encuentre más vigente. Lo cierto es que dicho nivel formativo es también el momento más amorfo y complejo, sobre todo si tenemos en cuenta que ya no está considerado dentro de la educación básica; algunas veces está regulado por universidades, otras por instituciones estatales, haciendo que se imparta de diferentes maneras.  
Los licenciados en Filosofía desde muy temprano en su formación se enteran que en las preparatorias será donde encontrarán sus primeras experiencias laborales, dando clases, siendo un escalón intermedio para llegar a las instituciones de educación superior. 
¿Por qué estos profesionales entienden a los bachilleratos como un trabajo temporal, cuya única función valiosa es la de acumular experiencia? De entrada porque en su formación se les ha llenado de puro contenido filosófico, pero muy rara vez se les ha dicho cómo es que pueden transmitir todo aquello que saben, no tienen como tal una preparación para la docencia, caso curioso, si pensamos que la educación es por excelencia uno de sus campos de trabajo.  

En segundo lugar está la situación en la que se encuentran los preparatorianos: van entrando a la adolescencia, tienen inquietudes muy variadas que oscilan desde la consolidación de la identidad, la vida romántica, las fiestas y los cambios en el cuerpo; con tantas transformaciones es fácil de entender que a la gran mayoría lo que menos les preocupa, en este momento, es la escuela. 
Además de encontrarse muy dispersos e inquietos, hay otro desafío: todos estudiarán cosas muy variadas, algunos ya no lo harán, pero 99 por ciento de los casos van a elegir algo diferente a esta disciplina. La pregunta es la siguiente: ¿cómo enseñarles algo sustancial que de verdad les pueda servir para sus vidas?  

Hay varias formas de impartir una clase de filosofía: generalmente se da desde un enfoque histórico, apoyados en una línea del tiempo de las ideas y de los pensadores más destacados.  

Otra manera, más actual, es por temas; eligiendo a los autores que, según nuestra óptica, nos servirán mejor para explicar un problema filosófico. Esta opción nos resta compromisos con las tradiciones y nos permite decantarnos por los contenidos más sustanciales para los chicos de bachillerato, aquellos problemas que están más relacionados con lo que conocen y con lo que en algún momento de sus vidas van a enfrentarse, como las preguntas existenciales: ¿quién soy? ¿A dónde voy? ¿Y de dónde vengo? 
Si de por si la Filosofía ha perdido terreno y vigencia, anquilosarla y hacerla lejana (sólo para los eruditos) no ayuda mucho a mejorar su situación. En lugar de hacerla una materia aburrida y pesada, en nuestras manos está el demostrar que su estudio puede tener un impacto real en las vidas. 

El bachillerato, aún con todas sus dificultades, es la oportunidad perfecta para encontrar la manera de transmitir lo filosófico, sin perder el contenido, pero tampoco cayendo en un lenguaje indescifrable, técnico y aporético.  
Teniendo siempre en cuenta que más que un dato curioso, lo que los alumnos se deben llevar de la clase debe ser algo que puedan poner en práctica: les servirá más desarrollar su sentido crítico que saber dónde nació Platón o  dominar de memoria las estructuras aprióricas de la sensibilidad.  

Una clase de Filosofía en el bachillerato cumple su cometido cuando logra que un alumno sea capaz de preguntarse a sí mismo ciertas cosas que daba por hecho y así comienza a problematizar su realidad. Y gracias a estos mismos chicos, los profesionales también podremos hacernos de nuevo las preguntas: ¿qué es la filosofía y para qué sirve? 
Al final la filosofía n

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