Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama.
Fiodor Dostoievski
Nací en Villa Ahumada, ¿en qué año? 1921, 1917 o 1919. En esos tiempos remotos muy pocas cosas, datos o circunstancias se cuantificaban, todo era más impreciso, improvisado, aparentemente tranquilo. Viví y experimenté mi precaria infancia en Villa Ahumada, Chihuahua, al lado del infranqueable polvo, las vías del tren, el olor fétido a ganado y las tortillas de harina. Mi padre, el reconocido Doctor Freud era un personaje respetado por sus extensos conocimientos en la materia médica, humana y psicológica, un fuera de serie que inventaba teorías sobre el comportamiento humano y la manera de actuar del humano ante diversas y múltiples situaciones o circunstancias. Recuerdo haber visto a mi padre biológico un par de veces, una de ellas fue cuando mi madre Juana María García T, de origen india y humilde, logró a base de mucho esfuerzo y dedicación, comprar una vaca de medios chiles; la otra situación fue cuando cumplí 3 años de edad y mi madre Juana María García T lloraba desenfrenadamente, a cantaros le salían las lágrimas de todos sus poros de la piel, súbitamente arribó a la casa de bajo presupuesto el Doctor Freud y me cargó suavemente sobre sus brazos, diplomáticamente y con poco tacto me puso sobre mis brazos un regalo cuadrado.
Era un libro, un bello y viejo diccionario de alemán antiguo con el que Goethe había trabajado una de sus obras cumbres, el Fausto y el joven Werther. Yo no tenía ni una remota idea del valor histórico-cultural de ese misterioso diccionario, tampoco mi madre Juana María García T. Debido a nuestra ignorancia cultural, histórica y literaria, el texto antiguo término como soporte de equilibrio de la mesa del comedor. Recuerdo que comíamos frijoles con queso y tortillas de harina con mantequilla, ese alimento era el de todos los días, a veces, una vez al año, degustábamos un filete o corte de carne fresca como una lechuga o tomate del Mediterráneo.
Ya no volví a wachar al Doctor Freud, mi verdadero padre biológico. Fui creciendo y empecé a jugar beisbol, me empezó a agradar el ambiente, la gente discutía las jugadas, gritaba, descargaba su coraje, tensiones y la ira contenida. Me empecé a ganar un lugar digno en el juego de pelota, de bateador emergente empecé a jugar de Short Stop titular, parador en corto. Me fascinó esa posición defensiva, técnica y combativa. En la caja de bateo siempre fui un caso perdido, no tenía la habilidad de un bateador de casta, ni siquiera mediano, en el bateo sufrí mucho, no había posibilidad alguna de que mejorara.
Me toco el místico, incompleto y añejo número 99
Atrás de la casaca del juego de pelota, se estampaba el misterioso y alucinante apellido: Freud, delante de la camisa se leía en letras doradas, chillantes y brillosas: Villa Ahumada…
Continuará…
