Todos, absolutamente todos, tienen una cara que involucra una mirada no perdida, más bien como de búsqueda, como un rostro que, sin dejar rastro, rápido cruza la ciudad, escala edificios, rostros que suben puentes, que bajan escaleras mirando los pies. 

Toda esa aglomeración de caras tienen una mirada que siempre pregunta lo mismo, puede que estén comprando chicles de a 5 por 10 en el Metro o subiendo el escaletrix interminable ¿notarán a toda esta gente con la misma pregunta en los ojos? ¿Notan los tres segundos cada cinco minutos en donde se les vuelcan las córneas y el pecho se les desinfla para después reaccionar y volver a apretar el paso y olvidarse de los tres segundos, y así no sentirse miserables y solos? ¿Se darán cuenta del cansancio de vivir entre el tráfico, las ganas de abrazarse a un poste y llorar por cualquier cosa? ¿El desgarre intestinal de los autos que rebasan, del acoso certero cuando una mujer usa vestido, del te robaron la cartera, de salir todas las mañanas y andar con el puño cerrado por si acaso? 

Verlo todo desde ese escaletrix: los novios besarse, las bicicletas, las bancas verdes, los viene viene, el manto gris de una ciudad inevitable; los colores vivos de los edificios todavía viejos, las casas del centro, la música del tianguis, los tacos de canasta, los taqueros de los tacos de canasta, los clientes de la taquería de tacos de canasta; todos preguntándose. 

Las canciones post punk, las cabezas que escuchan a los Cocteau Twins, cumbias villeras, los que están ahorita bailando danzón en la ciudadela, las meseras, los que esperan en un Seven Eleven. 

El cigarro que prendido suena a un breve fuego apenas visto entre tanto ruido codeándose en las avenidas, los dedos que detienen el cigarro preguntándose también. 

Y así describo todo lo que se me ocurre que pudieran estar pensando, lo mismo que más bien son todos: un vaivén de carne interminable, todos bajando en elevadores y otra vez todos con trajes y corbatas, con bermudas con tenis rotos, todos con la incógnita que tampoco es necesario nunca contestar. 

En el baño, en la escuela, besándose, moviéndose de costado de paso a paso, de gesto a gesto a mudra para preguntárselo por los pies por los ojos por la boca por la lengua; el aroma que cuestiona, tus calmantes, tus formas de estar bien, todo aquello que termina en misma pregunta: 

¿Dónde estás? 

No se preocupen, tampoco sé exactamente a qué me refiero. Lo que puede ser cursi si lo planteamos desde esta esquina, bajo el farol, con un frío que arrebata la primavera sin pedir permiso. Pero, ¿dónde estás?

Araceli Arriaga es Socia Académica en la Academia Guanajuatense de Literatura Moderna. Si tú escribes o eres historiador la Academia es para ti.

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