En Europa, la ultraderecha quiere ser ultra libertaria, quiere, como decía Henley, tener soberanía sobre sus pieles y lo que llevan dentro, sobre su alma y destino. Hasta que la ciencia y la ley los conviertan en personas peligrosas, incluso aislables. Se oye fuerte pero la historia nos cuenta que los leprosos eran enviados a islas lejanas para evitar el contagio. La medicina moderna detuvo la lepra como a casi todas las enfermedades infecciosas.
En Alemania, en los reductos más conservadores de Baviera y Sajonia, están los antivacunas más aferrados. Lo mismo ocurre en las fronteras de la República Checa o en Italia, en Trieste, una ciudad que era sabia y cosmopolita, según información publicada del New York Times y de AP. Cerca de Munich, donde se construyen los mejores y más desarrollados automóviles del mundo, donde habitaron el rey Luis y Richard Wagner, donde habitan una de las élites intelectuales más destacadas de Europa, hay millones sin vacunar.
El resurgimiento del COVID encuentra fosas nasales fértiles donde no hay protección de la vacuna. Los hospitales vuelven a llenarse y las unidades de cuidados intensivos ponen en jaque a los médicos y enfermeras de la salud pública. En una demostración de los anti vaxxers por sus derechos individuales en Annaberg-Buchholz, se dio un contagio por algo tan evidente que parece el triunfo de la imbecilidad. Juntos, los no vacunados, se infectaron por no creer que ir al mismo lugar en bola, los convertía en una oportunidad para el virus.
Como los gobiernos están hartos de que una minoría de fanáticos impida la disminución de la pandemia y el regreso a la vida normal, deciden segregarlos. No lo pueden hacer en cárceles o en lugares cerrados (sería peor) y ahora exigen prueba de vacuna en cualquier restorán, teatro o evento público. Los no vacunados pasan a ser ciudadanos de segunda. La razón legal es sencilla: si bien cada individuo es soberano de su cuerpo, no lo es para dispersar una enfermedad que puede matar a cientos de sus congéneres. La libertad comienza en la frontera de la piel y la respiración de nuestros semejantes.
Francia era uno de los países con más renegados hasta que el Gobierno se puso firme y pidió pruebas de vacunación en todas partes. El resultado fue el aumento del porcentaje de la población vacunada. Con la llegada del invierno todos los países fortalecerán leyes para evitar el crecimiento de la cuarta ola. Todas las navieras, las aerolíneas y otros medios de transporte comienzan a exigir prueba de vacuna.
En México dimos por sentado que todo seguirá en verde y no vendrá un último golpe. Aunque no les guste, a los renegados deberíamos aislarlos. Existe el error de pensar que es un atentado a sus derechos humanos pero es todo lo contrario. Vulneramos los derechos a la salud de la mayoría por una minoría de fanáticos que creen en teorías conspiratorias o son ignorantes supinos de la ciencia. En nuestro país aún no se exige certificado de vacuna y es difícil obtenerlo por el portal de la Secretaría de Salud.
Al tiempo todos los lugares de reunión, desde las escuelas, universidades, las oficinas públicas y privadas; los restaurantes tendrán que solicitarlo para ingresar a sus espacios.
Ayer fallecieron 37 personas en Guanajuato, muchas de ellas sin vacunar. El Gobierno del Estado debe tocar la “tercera llamada, tercera llamada” para separar a los no vacunados, porque, aunque lo ignoren, su vida depende de eso.
