XXIX domingo del tiempo ordinario
¡Qué complicado para el corazón humano entender los caminos y la profundidad del Evangelio! “Se acercaron a Jesús, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo y le dijeron: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte: Él les dijo: ¿Qué es lo que desean? Le respondieron: concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu gloria” (Mc. 10, 35ss).
Esta petición está hecha inmediatamente después de que Jesús les explicó por tercera vez que en Jerusalén iba a morir en la Cruz. Y si un día Pedro fue reprendido cuando quiso persuadir a Jesús de que no tomara el camino de la Cruz, ahora los hijos de Zebedeo no ameritaban algo menos. Al final de cuentas, el problema es el mismo: no entienden o no quieren entender el sentido profundo de las palabras de Jesús. Desde su visión muy humana están convencidos de que la Cruz no es el camino de Jesús, por eso éstos dos discípulos piensan en el trono de gloria y, obviamente, desde una perspectiva muy terrenal.
Pero ahora la pedagogía de Jesús es diferente a la que aplicó con Pedro. Primero les aclara: “no saben lo que piden”. Luego los cuestiona: “¿podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado? Le respondieron: sí, podemos. Y Jesús les dijo: ciertamente pasarán la prueba que yo voy a pasar y recibirán el bautismo con que yo seré bautizado; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; eso es para quien está reservado”.
Desde luego, al hablarles del beber el mismo cáliz y pasar el mismo bautismo, aunque ellos no lo entienden, Jesús está haciendo referencia al sufrimiento y a la Cruz, en la cual ellos, un día, con la fuerza del Espíritu, efectivamente darán testimonio de Jesús. Se trata del camino de la Cruz como un dar la vida por los demás sin el afán de obtener un poder. Por eso, la aclaración de Jesús: “eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; eso es para quien está reservado”. Da, además, con eso, un lugar definitivo al señorío del Padre Celestial.
Y siguiendo con la misma tónica de la dificultad para entender el camino de la Cruz, como el camino de la fe, los otros diez se indignaron con los hijos de Zebedeo. En vez de alegrarse de que Jesús les volvió a explicar el sentido de la Cruz, al contrario, se molestan porque Santiago y Juan se les adelantan a pedir un puesto en la gloria. A lo que Jesús subraya de nuevo: “el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”.
Los signos de la fe no se pueden empatar con los del mundo, donde los más fuertes siempre tienen lo mejor y quieren decidir por los demás. La sabiduría de la Cruz nos pide, en cambio, que el que quiera ser el mayor, que se haga el servidor de todos. Y que el máximo signo de distinción siempre sea el servicio, nos los títulos, a ejemplo del hijo de Dios.
Jesús es el ejemplo más contundente y definitivo de que hacerse esclavo de todos, al grado de dar la vida por todos, es lo que lleva a la liberación definitiva, a la resurrección. Cristo nos hizo la oferta de amor más alta y eso lo colocó en la gloria del Padre.
No intentemos hacer nuestro propio camino, Jesús ya diseñó uno y sí funciona.
