Plagio, lo confieso, el nombre de una novela francesa de Alain Mascaro. Me gustó el nombre y lo adapto a este comentario porque al tiempo el mundo nunca se cierra.
La humanidad ha sufrido dogmas creados para la dominación. Hace 200 años, la Corona Española había perdido la guerra y la Independencia marcaba que ya no seríamos gobernados por un imperio. El mundo se abría a la nueva nación aunque Iturbide pensó en dominar de nuevo como primer emperador. A “su majestad imperial” no le duró mucho el gusto. Hay todavía quien lo venera. A Carlos Medina Plascencia le gustaba nombrarlo cuando celebraba el grito de Independencia.
La historia siguió, Guadalupe Victoria fue el primer presidente y Vicente Guerrero ahora es reconocido como el verdadero héroe. Después de varios presidentes llegó “Su alteza Serenísima”, Antonio López de Santa Anna. Desde niños nos contaron que él fue quien entregó a los Estados Unidos la mitad del país. Fue presidente 11 veces y en 1853 se nombra “Dictador Vitalicio”. Con el pueblo harto de sus derrotas lo echan a principios de 1855.
No quiero andar por toda la historia del Siglo XIX pero basta decir que siguieron tres hombres fuertes. Maximiliano, emperador importado, ilustrado, liberal pero curiosamente traído al país con la venia de la Iglesia y los conservadores. Benito Juárez lo derrotó y fusiló por considerarlo traidor. El propio Juárez gobernó en varios periodos y reformó al país. Nos hizo república de nuevo y separó al clero del poder.
Al final dicen que se hubiera convertido en dictador si la muerte no lo encuentra en Palacio.
Porfirio Díaz asumió el poder y le gustó quedarse ahí por más de 30 años. Transformó la infraestructura nacional y abrió el país a otras culturas. Sin embargo, la Revolución tuvo que llegar para abrir de nuevo el horizonte. Madero, el héroe de la democracia fue asesinado por Huerta, quien quiso regresar el tiempo. El traidor no lo logró. Siguieron hombres fuertes como Carranza, Obregón y Plutarco Elías Calles, quien quiso perpetuarse en el poder a través de otros. Lázaro Cárdenas no se sometió y fundó el México de hoy con el cambio de mandatario cada sexenio. Desde entonces damos por hecho que no habrá maximatos ni “hombres fuertes” y menos dictadores.
Visto desde la crítica al poder, sabemos que el país no puede ni debe alinearse con ideologías basadas en dogmas. Y si lo vemos desde Palacio Nacional, comprendemos que la tarea de concebir un México con un hombre fuerte o un dictador, resulta una tarea imposible. Imagine que la intención es cerrar todas las puertas al futuro. No es fácil. Por más popularidad que tenga el mandatario, la complejidad del país acota, limita e impide que todo gire a su alrededor. Sería intentar un acto malabar donde hay 50 pelotas en el aire.
Poco a poco el tiempo y la complejidad nacional va a erosionar a la 4T. Un día hay un problema y otro también. Broncas innecesarias con Estados Unidos, enfrentamiento cotidiano con la oposición y hasta con twitteros fantasma. El futuro siempre será hacia adelante aunque haya regresos temporales. Las nuevas generaciones comprenderán que su mejor destino está en la construcción y perfeccionamiento de nuestra democracia a través de instituciones.
Los hombres fuertes, los presuntos transformadores de manotazo no son solución. Me gusta preguntar: ¿sabe usted quién es el presidente de Suiza? Apuesto a que no. A nadie le interesa porque ese país se gobierna con puras instituciones y una democracia intensa en todos sus cantones. La gran tarea pendiente de cualquier partido o un líder estadista está en el fortalecimiento de las instituciones y el estado de derecho.
Por favor no más dogmas, no más líderes cargados de ideología. Queremos instituciones que evolucionen. Ese es un mundo que nunca se cerrará.
