El odio y desprecio que la jerarquía eclesiástica de la época profesaba hacia la persona de Hidalgo era descomunal; el decreto de excomunión habla por sí solo: “Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, en dondequiera que esté. Que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber; en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado; estando acostado o andando. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes& Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga. Y que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven, se levante contra él. Que lo maldigan y condenen.” ¡Amén! Así sea. ¡Amén!”. 

“A un héroe como Hidalgo, prácticamente sagrado, no se le puede hablar de tú. Debe tratársele de lejos, a la distancia que el respeto por la santidad exige,” dice Javier Mardel. En este mundo globalizado es indispensable estar consciente de quienes somos y de dónde provenimos. Es decir, evocar las costumbres, los valores, las tradiciones y los héroes que encabezan el Gran relato de los orígenes, da identidad y cohesión a un pueblo. 

Entonces, el Estado mexicano necesita de héroes para la religión de la Patria, como la Iglesia jerárquica necesita de santitos y santones para el altar y ornamentación de la Iglesia. Toda sociedad requiere de sus rituales, para exaltar valores comunes y salvaguardar así su identidad de nación. Y, para tener rituales, se necesitan símbolos, y los símbolos se alimentan de mitos, héroes y leyendas inscritas en la memoria colectiva.  Por lo tanto, la Patria no sería el mismo México sin su águila, parada en un nopal, devorando una serpiente; o, sin el cuadro de su Guadalupana, sin Hidalgo, Morelos, Juárez, Zapata, o Villa&

Por desgracia, los grandes hombres de la patria ya no son más que nombres esculpidos en mármol, o imágenes en las monografías escolares. Ya no son los héroes que con su aura   iluminaban el destino de los pueblos, sino apenas sombras, sobre la superficie del acontecer cotidiano, ya poco se les evoca. “El patriotismo mexicano, bajo el efecto de su propia modernización, se ha ido quedado huérfano, apenas a dos siglos de la Independencia.” Javier Mardel. 

Hidalgo fue fusilado al amanecer del 30 de julio de 1811. Luego, lo colocaron en una silla para la expectación pública. Al anochecer, le fue cortada la cabeza por un comandante tarahumara cuya recompensa fue de veinte pesos. La cabeza se conservó en sal y fue colgada en una jaula, en una esquina de la alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, junto a las de Allende, Aldama y Jiménez.

La institución clerical juzgó, vejó, degradó y excomulgó, al Padre de la Patria. Pero, sucedió lo inimaginable: para la celebración de las fiestas del Bicentenario, el entonces cardenal, Norberto Rivera, presionó a Gobernación para que lo integrarán en la mesa de honor, como miembro del comité de festejos. Pero, ¿cómo podrían invitar a un representante de la institución que lo excomulgó y lo mandó al infierno?

Para lograrlo, el habilidoso cardenal, hizo hasta lo imposible: sacó del infierno histórico a Hidalgo al que había sido condenado por la jerarquía eclesiástica. Su argumento fue que, después de revisar la excomunión, había descubierto fallas técnicas de origen en el decreto de ex comunión: “entonces, la sentencia nunca había causado efecto; y, por lo tanto, no estaba en el infierno,” dijo el cardenal. 

La acomodaticia posición del Cardenal sorprendió a la ortodoxia religiosa, historiadores e intelectuales de México: súbitamente, con la frivolidad que le caracteriza, sacaba del infierno a don Miguel Hidalgo y Costilla.  Era evidente que la participación de Norberto Rivera en las celebraciones nacionales, sugería un propósito político, oportunista y reivindicador, dentro del marco de una referencia histórica de emancipación que, en justicia y apego a la verdad, le era adversa a la jerarquía eclesiástica. 

No se puede ignorar que el Papa conocía a la letra la sentencia de la excomunión y sus actores, y nunca rectificó o reivindicó al Padre de la Patria. Qué decir de la degradación del cura Hidalgo como sacerdote, que fue más humillante que la propia excomunión: consistió en rasparle con un cuchillo la piel de la cabeza, las palmas de las manos y rebanarle las yemas de los dedos para arrancarle, simbólicamente, el orden sacerdotal&  

En México, por desgracia los héroes de la patria están fatigados, al igual que los santitos de la Iglesia, poco se les invoca. Se acabó el misticismo nacional y la encarnación de valores patrios&Hacen mucha falta, porque los hombres para sobrevivir, deben construir sus propias utopías y buscar consuelos en ellas. Pero, cuidado, porque cuando se despierta y todas las utopías eran ilusorias, sobreviene entonces el fantasma que amenaza una la nación: La Revolución. Para evitar lo anterior, es necesario conservar los mitos, leyendas y héroes.

 

Para estas fiestas patrias que se avecinan, recordemos a nuestros héroes que ganaron la libertad. “La libertad nunca es dada; se gana:” A Philip Randolph.

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