La conmemoración del quinto centenario de la conquista de Tenochtitlan y la fusión violenta de nuestras culturas y sangre fertilizan el autoctonismo y el aldeanismo. Nuestras autoridades colocaron una pirámide en el Zócalo para recordar el origen. En silencio la Catedral mira el paso de los modernos mexicanos que transitan por el corazón del país. 

La vista de Palacio Nacional quedó obstruida por la pirámide temporal de cartón. La efímera construcción desaparecerá mientras las ruinas del Templo Mayor quedarán expuestas al público para recordar las verdaderas piedras de donde venimos. Mañana se cumple medio milenio de ese mestizaje que nos alumbró. 

Como ahora todo es político y poco es verdadero; como todo es mirar al pasado, nos perdemos en la aldea, en los usos y costumbres. Nuestra identidad, tan esquiva, ha sido motivo de ensayo de poetas y pensadores como Octavio Paz, Miguel León-Portilla o José Vasconcelos. Nuestra raza fue bautizada como “de bronce”. Nuestro destino como un laberinto de soledades. 

En el maniqueísmo del presente quieren volver el pasado en una arena de buenos mexicas y malos españoles. Cargamos un fardo muy pesado en las decisiones del presente. 

Por ejemplo, calificamos las empresas españolas como ventajosas y explotadoras. Iberdrola, la gran compañía mundial de origen hispano “vino a tomar ventaja de nuestro viento” con sus enormes aerogeneradores. Esos y otros juicios sumarios impiden levantar la vista hacia el futuro. Quieren parar el cosmopolitismo del siglo XXI.

Los resentimientos de ofensas centenarias vuelven como disco rayado cada que algún nuevo tlatoani quiere adjudicarse nuestra herencia indígena como patrimonio de los puros que gobiernan. Sus rostros hispanos, sus apellidos de variado origen marcan herencias múltiples. Millones de ríos de sangre confluyen en las venas de los recién nacidos mexicanos. La inmensa mayoría estamos tejidos con herencia de los pueblos náhuatl, tlaxcalteca, maya, castellano, vasco, catalán, árabe, sefardí y africano.

Podemos decir basta al lucro político e ideológico de nuestro origen. Podemos filosofar por siglos en la inmoralidad del conquistador que nos consideraba bestias sin alma. O los sacrificios humanos y el canibalismo de nuestros ancestros indígenas. Dejemos que los historiadores y los antropólogos cuenten la historia y  escriban para comprender el pasado, pero no carguemos baúles de resentimientos para volvernos a enfrentar. 

El cosmopolitismo en el país crecerá porque todo está dado para que así sea. Las comunicaciones, los problemas globales como el reto del cambio climático o la interdependencia comercial de la cual vivimos no van a desaparecer. Tampoco los flujos migratorios y de dinero ni la movilidad turística y de negocios. Menos sucumbirán las aspiraciones de la clase media y de todos para dejar en mejor circunstancia a las nuevas generaciones. 

Pocos quieren recordar la llegada de miles de refugiados españoles que produjeron una segunda conquista (del espíritu y la cultura) con la ayuda de Lázaro Cárdenas. Este periódico existe por la unión de voluntades de un empresario mexicano y la cultura filosófica y periodística de un español socialista republicano, llegado a México después de la Guerra Civil. 

Quienes gobiernan, a pesar de los pesares en Palacio, se educaron en México y el extranjero, no para aprender a robar, sino para saber qué es lo mejor de la ciencias y las artes. Incluso Octavio Paz, nuestro premio Nobel y Miguel León-Portilla, tuvieron en su formación la confluencia de las culturas europea, norteamericana y francesa. 

Lo importante no es quebrarnos la cabeza pensando quiénes somos y de dónde venimos sino quiénes queremos ser y a dónde queremos llegar. Para lograrlo tenemos que reconciliarnos. Imaginemos lo que podríamos lograr unidos. Seamos ciudadanos del mundo. (Continuará)

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