Escuchamos una tonelada de barbaridades en este viaje a través de la “cuarta transformación”. Al final del sexenio podremos hacer un compendio de las más destacadas. De cada una podríamos escribir un ensayo. La última tontería, que considero es una buena descripción del neo fanatismo dogmático de la izquierda tropical, la dijo Max Arriaga.
Según el fanático de la “lectura emancipadora”, los libros no deben de leerse por placer individualista y capitalista. Quién sabe dónde adoctrinaron a este sujeto, dónde le enseñaron letras básicas o literatura universal. Decir que toda lectura debe hacerse con intención específica de emancipar a la sociedad (bajo un concepto marxista) es ridículo y absurdo.
Se lee por muchas razones, tan diversas como intereses hay en el individuo. Leemos para estudiar, descubrir, viajar, gozar, orar, comprender, aprender, emprender y gozar. Toda lectura es un ejercicio individual, incluso en actos colectivos como lo hacían los jesuitas durante el almuerzo; aún ahí la vivencia es personal porque cada quien interpreta los textos desde su íntima sensibilidad.
Las palabras de cualquier texto invocan vivencias distintas, como mirar una obra de Monet, escuchar a los Beatles o una sinfonía de Mozart. A nadie que tenga media cuarta de inteligencia se le ocurriría decir que debemos escuchar a Beethoven para reivindicar el poder de las masas. Hitler, en su locura, proscribió a los compositores judíos; eliminó su literatura y hasta negó los avances científicos producidos por ese pueblo. La teoría de la relatividad debía ser sospechosa porque la planteó Einstein. El dogma nazi envenenó el alma de los alemanes. El dogma marxista todavía tiene envenenada a media Latinoamérica.
En el extremo del placer literario está la poesía. Pablo Neruda, por muy comunista que haya sido, no descubrió su alma para que sus lectores se comprometieran con su causa. Sus odas son la celebración de lo cotidiano, el descubrimiento del ser estético de un calcetín o una naranja. ¿Qué demonios tiene que ver eso con una lectura bajo una óptica neoliberal o con la visión neo dogmática marxista? Nada.
Para sobrevivir a la pandemia pudimos dedicar el tiempo de encierro a trabajar, ver una buena serie en Netflix; aprovechar para deambular por Youtube y leer durante horas seguidas de puro placer. Este año descubrí a Inés Vallejo y su libro, “El Universo en un Junco”, tal vez la narración más deliciosa escrita sobre la historia del libro y la lectura en sí. Un verdadero festín intelectual. Comprendí la dimensión de la investigación científica de nuestro tiempo con el libro del gran narrador de biografías, Walter Isaacson, sobre la premio Nobel 2020, Jennifer Doudna y sus descubrimientos en la edición del código genético. Puro placer puro.
Claro que también perdimos el tiempo gozosamente viendo memes, bromas y videos originales, una adicción novedosa desde el arribo de las redes sociales a nuestras manos. En uno de esos videos un personaje maduro y con voz grave dice: “Me preguntan, ¿Qué qué gano con tomar?, yo no gano nada, yo tomo sin afanes de lucro”.
¿Qué qué ganamos con leer tanto? Cada adicto a los libros y a la lectura tiene sus propias razones, la mayoría son sin afán de lucro. Fruto de la libertad, nadie nos debe decir por qué o para qué leer, porque eso lo encontramos en la serena soledad del libro.
Lo grave es que en la SEP, en el departamento de libros de texto gratuito haya un director que cree en la imposición de la doctrina marxista. Igual que en el Siglo XIX, antes de que Juárez nos convirtiera en una nación laica y liberal, cuando vivíamos bajo una sola doctrina religiosa obligatoria.
