Son días de quietud electoral, pero de trabajo para una sociedad que, como la mexicana, está necesitada de crecer y recuperarse de la crisis de la pandemia. Gobiernos van y vienen; políticos que nacen, crecen, se reproducen y mueren. Pero la comunidad continúa con su dinámica de sobrevivencia para sacar a como dé lugar, lo que coloquialmente llamamos como “chuleta”, como “jale”, como “chamba”, para unos vivir y otros apenas sobrevivir.
Los indicadores nacionales se recuperan ya. El PIB, el ITAE. El índice de confianza del consumidor del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) registró ya un incremento de 1.6 puntos en su comparación mensual en abril, alcanzando sus niveles antes del impacto del COVID-19, impulsados por una mejoría en la situación económica en los miembros del hogar y la posibilidad de adquirir bienes duraderos. Sí. De acuerdo con datos del Inegi, el Indicador de Confianza del Consumidor (ICC) registró un nivel de 42.38 unidades con cifras desestacionalizadas, su mayor nivel desde marzo del 2020, cuando se ubicó en los 42.40 puntos.
Así es. Estamos en el camino de la recuperación por la campaña de vacunación y una disminución en los números de contagios de COVID-19. Todo esto, para saber que, con la fuerza de los consumidores, inversionistas, migrantes y emprendedores, el País sale adelante paulatinamente. El gobierno, lo sabemos, no genera riqueza, sólo propicia condiciones para ello. Por eso, se ha comprobado en la historia reciente, que los gobiernos nacionales que más crean ese entorno, son los más eficaces.
Los rankings internacionales nos dan una idea a través de comparaciones, de cómo evolucionan los países en ese camino hacia la prosperidad. Por eso, no basta la condición económica, sino la social y ese es el factor que más pesa en procesos de reconstrucción, como a los que están sometidos todos los países después de la pandemia. Además de los indicadores económicos y de competitividad, se mide en el mundo también, el desarrollo humano (IDH) e incluso la felicidad, pues no hay una manera de medir la capacidad de crear fraternidad, reconciliación, tejido comunitario. Tenemos, además, eso sí, los que miden la violencia e inseguridad que son reflejo de la descomposición social.
La violencia en México se aceleró en los últimos 15 años como resultado de las grandes diferencias sociales y aunque esto no es justificación, éstas provocaron que una parte de la sociedad encontrara caminos fáciles para sobrevivir, ya sembrando droga, ya extorsionando, ya robando, ya haciéndose sicario. El problema es que desde una estrategia de “abrazos no balazos”, el fenómeno se recrudeció más este sexenio y los datos oficiales tienen ya al gobierno del presidente AMLO como el más violento de la historia.
Pero lo peor es que tenemos síntomas ya, con el proceso electoral, de un País crispado por las divisiones y las confrontaciones entre compatriotas: los chairos contra los fifís, los que están con el Presidente y los que están contra él. Y viene lo peor: el año próximo deberemos definir si el presidente AMLO sigue o no en el poder. En algunos procesos deliberativos como el referéndum revocatorio en Venezuela del 2004 sobre la continuidad o no del presidente Chávez, se incrementaron los niveles de violencia intrafamiliar y social por la enorme división que provocó, entre el “sí” y el “no”; entre azules y rojos.
Opino que debemos pasar a mejores tiempos. Ni todos somos malos ni todos buenos. Ni chairos ni fifís. El lenguaje de odio y división nos está acabando. Deseo con todo mi ser, que el Presidente el domingo felicite a ganadores y a perdedores de la elección de mañana e iniciemos una era de concordia y reconciliación. Que el lunes deje sus discursos de división y odio, para convocarnos a todos a volver a tomarnos de las manos en una nueva etapa de reconciliación.
*Consejero local del INE.
